El oficio de reinar
La ciudad de Londres lleva semanas preparándose para celebrar la coronación de Carlos III. Una profusión de banderas de todos los tamaños, decorados con flores, fiestas vecinales y productos de alimentación hechos para este día señalan la gran expectación que despierta la ceremonia. Los británicos saben organizar mejor que nadie estas festividades y traducirlas en poder blando o de atracción con impacto global.
Fieles al rito y a la tradición, con guiños al presente y al futuro, despliegan una pedagogía envidiable. La Corona es una institución esencial para aportar estabilidad y unidad a un país que se enfrenta a enormes incertidumbres una vez ejecutado el Brexit.
Sin embargo, el Reino Unido se siente unido por el espanto a su entorno geográfico. Como gran país europeo comparte con el resto de Occidente la sensación de estar entrando en una nueva era geopolítica, con más rivalidades y mayores amenazas. La permanencia de la democracia liberal y de un orden internacional basado en reglas e instituciones multilaterales se ponen en entredicho cada vez con más frecuencia.
Carlos III tiene muchas cualidades para ser un buen Rey: una larguísima preparación, excelente formación intelectual, sentido del deber y sensibilidad hacia asuntos que son centrales para el futuro de todos. Entre estos destaca su preocupación por el medio ambiente.
Desde muy joven ha estado muy comprometido con la conservación de la naturaleza, la agricultura orgánica, la jardinería y, en los últimos años, la lucha global contra la deforestación y la emergencia climática. En el Reino Unido, la pasión ecologista de su nuevo rey es por lo general bien recibida. Por fortuna, la bandera del medio ambiente no es de izquierdas ni de derechas. Los conservadores entienden que su primer deber de conservación es hacia la naturaleza. Los británicos tienen una larga tradición de veneración de sus bosques, paisajes, costas y jardines. Para algunos amigos ingleses, hablar con las plantas es una costumbre y no una excentricidad.
El verdadero reto del monarca es continuar la impecable labor de su madre, una Reina con una ejecutoria asombrosa por su buen hacer y fidelidad, y al mismo tiempo sortear los problemas propios del tiempo en el que le toca reinar.
El legado político de Isabel II es gigante. Para que no ensombrezca el nuevo reinado, su hijo debe imitar todos los días la altísima profesionalidad y dedicación sin reservas de su madre a una función constitucional nada sencilla en los tiempos que corren. Como ha escrito Rafael Atienza: «La sombra del ilustre eclipsa, pero también ampara». Carlos III ha de elevarse por encima de preferencias políticas, y de las suyas propias, y pensar siempre a largo plazo. Ser consciente de que el servicio a su país en su condición de símbolo y árbitro constitucional es lo único que puede explicar el privilegio, más aún en una sociedad igualitaria y con un aprecio solo relativo por el pasado.
El filósofo Javier Gomá lo explica con lucidez diciendo: «El oficio del Rey en un Estado plenamente democrático es esa fidelidad a su sentido, ejerciendo la doble función de suscitar la adhesión de los ciudadanos por su ejemplaridad sensible y al mismo tiempo señalar con gravedad intachable la seriedad de lo simbolizado».
El nuevo Rey ya ha tomado algunas decisiones sobre sus familiares y su patrimonio para que la monarquía siga siendo apreciada por los ciudadanos de su tiempo. Su hijo Harry podía haber sido esencial a la hora de mantener la popularidad de la institución y conectar con las generaciones siguientes, pero al menos a corto plazo no desempeñará esa función y seguirá su vida en California. El monarca también ha puesto empeño en mejorar la transparencia y la rendición de cuentas de su casa. Ha hecho en cuanto ha podido una visita para estrechar lazos con Alemania –con Francia tuvo que retrasarla por los disturbios en París–. Posiblemente ha visto con satisfacción cómo su primer ministro, Rishi Sunak, empieza a desmontar la fábula de que la Unión Europea es el enemigo externo.
Tras los fastos de la coronación, el Rey tal vez medite sobre la frase de Goethe, «lo que habéis heredado de vuestros padres, volvedlo a ganar a pulso».
para asistir a la primera audiencia por la macrodemanda contra el grupo editorial News Group Newspaper, por considerar que violaron su privacidad con escuchas ilegales.
Expertos en lenguaje corporal han analizado todos sus gestos. Aseguran que Harry entró a la abadía nervioso, dando muestras de que se sentía solo y sujetando todo el rato el borde derecho de su chaqueta, señal de que «necesitaba un abrazo» para estar más cómodo. Comenzó a relajarse una vez sentado, aunque no paró de moverse, señal de que se sentía desubicado. No cantó el himno cuando pasó su padre por su lado y le dijo a su primo durante la ceremonia que no se quedaba al almuerzo en Buckingham porque no se sentía cómodo.
A Harry no se le había visto desde que llegó a Londres el viernes por la mañana en un avión comercial de American Airlines. Se supone que pasó la noche en Frogmore Cottage, la residencia regalo de su abuela y de la que su padre le ha despojado tras la publicación de sus polémicas memorias. Su agenda se ha mantenido en secreto y de hecho no se había podido captar ninguna imagen de él hasta su llegada a la ceremonia. ‘La Firma’, como se refiere él a la estructura familiar, no quería que tuviese ningún protagonismo y deseaba, por el contrario, que su visita relámpago pasase desapercibida.
Desde Buckingham se informaba de que tanto Harry como el Príncipe
Andrés iban a ser meros espectadores de la histórica ceremonia de Coronación, dado que ya no son de la realeza. Ambos no asistieron a la procesión que llevó al Rey y a la Reina recién coronados al palacio tras la ceremonia. Tampoco se les dejó salir al balcón ni posar en las fotos oficiales para el álbum familiar.
El Príncipe Andrés fue fotografiado riéndose cuando salía de la Coronación tras ser abucheado por la multitud cuando se dirigía a Westminster. Como es sabido, ni los británicos ni su propia familia le han perdonado que se viese envuelto en un escándalo sexual. Fue en 2019, cuando una mujer afirmó que tuvo relaciones sexuales con el Príncipe cuando tenía 17 años, después de una noche en la que supuestamente él la habría emborrachado con vodka en un elegante club de Londres.
La Familia Real británica negó siempre las acusaciones, calificándolas de «falsas» y «sin fundamento». El 15 de febrero de 2022, se anunció que habían llegado a un acuerdo económico para evitar que Andrés se sentase en el banquillo. Una situación humillante que hubiese sido muy dañina. Pero el Príncipe sigue con su rebeldía habitual y no solo no acepta mudarse de su actual casa, como le ha impuesto su hermano, sino que ayer usó sus condecoraciones y vistió la Orden de la Jarretera, la más alta del Reino Unido, desoyendo las recomendaciones reales.