ABC (Córdoba)

Las amistades lustrosas

Mis amigos son los que son y no los elijo por su vasta cultura, aunque reconozco que es sospechoso que todos tengan ese denominado­r común

- LUIS HERRERO

EL problema de tener amigos listos es que para no parecer un idiota delante de ellos tienes que aprender a disimular a todas horas tus carencias intelectua­les. El ejercicio es extenuante y no está exento de riesgos. Por muy ensayados que tengas los gestos de corroborac­ión de cosas que ignoras por completo siempre puede haber pequeños detalles que te dejen con el culo al aire. Hay que tener en cuenta que mis amigos pueden hablar de las mónadas de Leibniz o de las gestas de Alarico sin solución de continuida­d y que no es lo mismo asentir con un gesto de gravedad ante una cuestión filosófica que te suena a chino que sonreír ante una anécdota biográfica de un rey godo que no sabes si goza de buena reputación entre los contertuli­os que lo han sacado a relucir. Al mínimo descuido metes la pata y quieres que la tierra te trague para ahorrarte el ridículo de quedar en evidencia.

Hay veces que tengo la tentación de decir en voz alta lo que Alfonso Delgado le dice a Alfredo Landa en ‘Historia de un beso’: «Joder, esta tertulia está alcanzando un nivel que no hay quien lo siga, casi todas las noches me acuesto con dolor de cabeza», pero temo que eso fuera como acudir en vaqueros a una fiesta de etiqueta que tuviera reservado el derecho de admisión: una forma infalible de que te dejen en la calle. Y yo, la verdad, prefiero estar dentro. Da igual que me entere de la misa la media o que tenga que impostar reacciones de falso ilustrado. Mis amigos son los que son y no los elijo por su vasta cultura, aunque reconozco que es sospechoso que todos tengan ese denominado­r común. A veces yo mismo me pregunto si hay alguna explicació­n freudiana que me lleve a elegirlos por ese motivo. Cuando la gente me ve codearme con ellos tiende a pensar que mi nivel cultural está a su misma altura y me atribuye capacidade­s que en realidad no tengo. No puedo negar que esa forma de salir más guapo en el retrato social mola bastante, pero no soy tan tonto como para creérmelo.

No, no quiero a mis amigos porque su proximidad mejore mi imagen, ni sólo por lo que aprendo escuchándo­les hablar de películas o libros que ya he olvidado o que tal vez no he visto o leído jamás. Tampoco por la belleza de la sabiduría –que aún deslumbra más que la del poder–, sino porque antes que listos son seres humanos que se preocupan por mí. Por alguna extraña razón que no alcanzo a entender sé que les importo y que se alegran cuando me ven contento o se preocupan cuando estoy ceñudo. Sospecho que me tienen calado y que saben de sobra que soy el torpe del grupo, pero fingen no darse cuenta. Se ríen con mis chistes, aunque no sean buenos, se conduelen con mis problemas, aunque no sean tan graves, y me aceptan en su club como si fuera un miembro de pleno derecho. Pincho de tortilla y caña a que cualquiera pagaría por tener amigos así.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain