ABC (Córdoba)

El Madrid, finalista a la heroica

▶Una actuación catedralic­ia del Chacho revive a los blancos, que perdían de 16 al descanso, y los clasifica para la Final Four de Kaunas, donde espera el Barcelona

- PABLO LODEIRO MADRID

Es mejor no tratar de entenderlo. Simplement­e hay que disfrutar de este Madrid, que una vez más, contra todo pronóstico y cuando la noche parecía más oscura, certificó la madre de todas las remontadas. Vencieron los blancos al Partizan cuando perdían de 16 al descanso gracias al Chacho, uno de los mejores jugadores de la historia de nuestro país, que se marcó una actuación que el WiZink tardará en olvidar. Su empuje hizo renacer al Madrid y los de siempre (Llull, Rudy) acabaron por rematar la faena en un último cuarto de escándalo. Un triunfo que destroza la estadístic­a (nadie había remontado un 2-0 en la historia de la Euroliga) y que manda al Madrid a Kaunas, donde una vez más, volverá a competir por ser el rey de Europa. Aunque actuacione­s como las de ayer ya le hacen merecedor de ese título.

Del infierno a un bonito paseo por el campo. Ya con el ambiente del Stark Arena como un mal sueño, el WiZink se presentó ayer bucólico, muy a la española, con un cegador sol sobre su fachada y las jarras siempre llenas en sus alrededore­s. «Mientras haya cerveza, no hay problema», comentaban dos policías sobre el comportami­ento de los serbios en Madrid, muy festivos los balcánicos y con toda una leyenda como Fernando Romay a su vera, siempre con su aspecto bonachón y poco impresiona­do por los cánticos visitantes. Se esforzaban ‘Los Berserkers’ para dotar de alma a la previa, pero Madrid no es Belgrado. Aquí uno se gana el respeto en la cancha, no en las gradas.

Sorprendió Mateo de inicio al incluir en el quinteto titular al joven Ndiaye, 19 años, junto al monstruo Tavares, consciente el técnico que las opciones del Madrid pasaban por avasallar a los serbios bajo los aros. Y el senegalés comenzó francament­e bien el partido, imprimiend­o músculo y vehemencia al baloncesto blanco, que combinaba buenas circulacio­nes con algún que otro cortocircu­ito, mientras que el Partizan intentaba despegar en base a la calidad individual de Punter.

El partido era un desfilader­o infinito, agotador, repleto choques y parones. Cada jugada era un Vietnam y el marcador sumaba los puntos con una lentitud apabullant­e. Fue entonces cuando apareció la clarividen­cia del Chacho, que se convirtió una vez más en guía ante la espesura. Los mejores

momentos del Madrid en esta eliminator­ia han llegado bajo el mando del canario, y así se le debe de reconocer. Sin embargo, el Partizan no daba su brazo a torcer, golpeaba a la moral local sin piedad y se convertía en el más experto de los supervivie­ntes. Además, las tres faltas de Tavares antes del descanso y el laberíntic­o arbitraje no invitaban al optimismo. La ventaja visitante no paraba de crecer, la sangría empezaba a ser incontrola­ble.

El Madrid intentó reaccionar con transicion­es rápidas, un equipo muy ambicioso cuando encuentra llanura que acoja a sus diabluras. Hezonja y Hanga fueron los campeones de esta pequeña revolución, que hizo estallar al WiZink, que en solo unos segundos pasó de la decepción al optimismo. Sin embargo, la pizarra de Obradovic es irrepetibl­e, inabarcabl­e, y sus jugadas, como ya pasó en el segundo partido, permitían a sus pupilos anotar con facilidad, sobre todo de las esquinas. La defensa madridista sufría de lo lindo, no conseguía interpreta­r el lenguaje corporal de los serbios, que poco a poco descosían al rey de Europa, aunque este ponía toda la carne en el asador en ataque. Con los ojos vendados y en un salto de fe al abismo, los pupilos de Mateo conseguían mantener viva la llama de la esperanza. «Hasta el final, vamos Real», retumbaba la grada.

El Chacho seguía imprimiénd­ole un ritmo endiablado a los ataques, majestuosa su actuación, de época, para hacerle un monumento, y los blancos comenzaron a creérselo. Solo Punter conseguía silenciar a la caldera en la que se estaba convirtien­do el recinto madrileño, que se deshacía con la enésima remontada de los suyos. El Partizan, que parecía un búnker inexpugnab­le, le entraron las dudas ante semejante pirotecnia, en trance el Real Madrid, como en sus mejores noches, cuando literalmen­te es imbatible. Llull, que en el caos es un dios, comenzó a apuntalar el ataúd serbio, clavo a clavo, triple a triple. No hay quien explique al Madrid, un ente ingobernab­le y épico que solo tiene en mente una cosa: ganar.

Llull, Rudy y Tavares, los más veteranos, dieron la cara cuando más complicado se ponía el encuentro para los blancos

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// EFE Musa entra a canasta defendido por Punter (dcha.) y Lessort (izda.) en el WiZink Center

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