ABC (Córdoba)

Burócratas de la tristeza

Hay una tristeza de vecindario donde no acaba de salir el sol, aunque sí salga

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

La tristeza ha sido una febrícula propia de poetas o viudas, pero a mí me cunde, últimament­e, como cosa y como oficio y como todo. Porque hay rachas en que pienso más en el tiempo, esa tiranía, y porque además esas rachas me emplean de burócrata, que es un menester que odio. Luego resulta que la tristeza, con sol, es más tristeza. La Administra­ción nos obliga a los autónomos a desempeños escalofria­ntes, como hacer facturació­n, o la declaració­n de la renta, según un programa informátic­o imposible, o bien a pedir cita desde el ordenador para que nunca nos den una cita. La maravilla online funciona tan bien que no funciona. Somos los burócratas de una tristeza. Y como nos descuidemo­s vamos a ser también la tristeza de un burócrata. No digo yo que no haya motivos para haber perdido alguna pólvora de nuestra alegría, tan españolísi­ma, pero resulta que enseguida va a resultar mérito de arqueólogo el pillar a dos españoles contentos, y ya no digamos alegres. Hablo de los días en que no gana el Madrid, o el Barca, porque el fútbol es de nuevo nuestra vitamina de tísicos de tristeza. Nos dura un gol el alborozo o alboroto. Encima, nos caen las varietés de la campaña electoral. Hay clase media tomando menú de Cáritas, y se prometen tantos milagros de reparto inmobiliar­io que igual es cierto alguno. Yo ya escucho a los políticos y doy mucha credibilid­ad a lo que no nos dicen. Hay desafecto, y hay cabreo, dos virtudes tan carpetovet­ónicas, pero hay, sobre todo, una tristeza de vecindario donde no acaba de salir el sol, aunque sí salga. Tenemos pendiente una regeneraci­ón de seria excavación, en lo público, y en lo político, pero ahí está, por resolver también, el afán urgente de sacudirnos una tristeza interior, larga y contagiosa, que igual va a más. Como que la hemos aceptado por empleo fijo, incluidos los días de fiesta. En los que encima, sale el sol. Porque al sol la tristeza es directamen­te homicida. A ver qué programa electoral lo arregla.

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