De aquellas redes, estas lonas
La publicidad exterior resiste gracias al eco y el estrépito que genera en internet
CADA vez que bajaba por la calle de Génova, saliendo de la sede, se quedaba pillada y absorta con las lonas publicitarias que, doble de ancho, colgaban del andamiaje de las torres de Colón. Recordaba que una vez pusieron un anuncio de Georgina, la de Cristiano Ronaldo, por lo de su serie, y en otra ocasión estuvo Batman, por lo de su película. Allí se podían hacer maravillas. Ruido, que dice Pedro Sánchez. Visibilizar, que dice Irene Montero. Era ver las torres e imaginar la campanada: «Que te vote Txapote». A lo grande. Por la patria. Incluso
llamó a la Oficina del Español, aquello tan cómico de Toni Cantó, valga la redundancia, para saber cómo escribir el nombre del etarra, si con che o a las bravas y a las vascas. Y también a la Junta Electoral Central, donde preguntó por la multa que les podía caer. «Eso es poco, chiqui. A las malas y echando un cálculo por encima, unos seiscientos euros, tarifa plana, como a la portavoz del Gobierno. También hacemos descuentos por doble expediente», respondieron en la JEC. Estaba todo apalabrado e incluso encargado cuando la Mutua, propietaria del edificio de Lamela, frustró la iniciativa. «No va a poder ser porque para esas fechas que usted me dice no admitimos ya anuncios». A falta de rematar los cubos de su nueva cubierta, las torres de Colón, prodigio de hormigón pretensado, volvían ayer a estar desnudas e impolutas. Se quedó con las ganas.
Frente al desgaste que sufre el resto de los soportes tradicionales, llama la atención la vigencia de una publicidad exterior que, lejos de ser víctima del nuevo instrumental de la comunicación, ha aprovechado los andamios de las redes sociales para hacérselo mirar, ahora de lejos. Lo que en diciembre de 2020 colgó Joan Laporta frente al Bernabéu –«Ganas de volver a veros»– no estaba precisamente pensado para los vecinos de Chamartín que levantaban la vista como
Ancelotti la ceja, sino para los socios del Barcelona que a través de las redes se sobrecogían con las campañas exteriores de su caudillo, que por entonces y antes de apalancarse andaba de reconquista. Lo mismo sucede con las telas que cubren los edificios de la Gran Vía, invisibles para unos peatones que tirando por bajo no quitan ojo a los escaparates y cuya confección, estampada de osadía y provocación, no responde a otros estándares que a los de su posterior exhibición por internet.
La monumental lona de la calle de Goya con la que Carlos Sotomayor, candidato de Podemos, aparenta desafiar electoralmente a «los cayetanos de este barrio» representa una soberbia muestra de la sofisticación alcanzada por los creadores de este tipo de comunicación deslocalizada, en este caso destinada a los bukaneros y perroflautas de Vallecas y no a los vecinos del barrio de Salamanca, pero sobre todo una muestra del avance que nuestro comunismo de toda la vida ha protagonizado para adaptarse al siglo XXI sin renunciar a sus dogmas menos aseados. La lucha de clases como nunca antes la habías visto, colgada en tu móvil, como Georgina, la de Cristiano. «Antes vendía bolsos en Serrano. Ahora los colecciona» era su eslogan. Clase baja-alta. Puro Podemos, Sotomayor o Montero.