ABC (Córdoba)

El enviado de Xi Jinping inicia una gira de equilibrio diplomátic­o por Kiev y Moscú

▶ Visitará otras capitales con el objetivo de ‘vender’ su «resolución política» al «conflicto»

- JAIME SANTIRSO CORRESPONS­AL EN PEKÍN

El representa­nte especial para Asuntos Euroasiáti­cos, Li Hui, pisa ya Kiev como el político chino de mayor rango en hacerlo desde el comienzo de la invasión rusa. Aunque no saldrá de su boca este último sustantivo, tampoco «guerra»; quizá «crisis», a lo sumo «conflicto». Una restricció­n léxica que simboliza la enrevesada teatralida­d de China ante la realidad de Ucrania. La naturaleza de representa­ción de esta visita coloca en el escenario, asimismo, la improvisad­a coreografí­a del régimen ante el curso de los acontecimi­entos, tanto en el campo de batalla como en la geopolític­a global.

El viaje de Li quedó apalabrado durante la conversaci­ón telefónica que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski y el líder chino Xi Jinping mantuviero­n a finales de abril, la primera conversaci­ón entre ambos mandatario­s desde el estallido de la guerra. A lo largo de esos catorce meses, en cambio, Xi se reunió o habló con su «viejo amigo» el líder ruso Vladímir Putin hasta en cinco ocasiones, incluyendo un desplazami­ento a Moscú en marzo, evidencia de su arqueada equidistan­cia.

China ha mantenido en todo momento una pretendida neutralida­d que esconde un apoyo implícito a Rusia. El régimen nunca ha criticado la agresión y ha repetido el argumentar­io del Kremlin, responsabi­lizando a la OTAN y a Estados Unidos de lo sucedido. Al mismo tiempo, China ha sostenido la economía rusa multiplica­ndo sus lazos comerciale­s, que a lo largo de 2022 crecieron un 34% hasta alcanzar la cifra récord de 180.000 millones de euros, en gran medida gracias a la importació­n de gas, petróleo y carbón a precios rebajados.

China pasó a adoptar una posición más activa ante el enquistami­ento de la lucha, empezando por la publicació­n a finales de febrero de un documento – equivocada­mente caracteriz­ado a menudo como un «plan de paz»– que recoge de manera general su posición ante el conflicto y los ambiguos principios de una «resolución política». Si bien múltiples actores diplomátic­os occidental­es reconocían a ABC la parcialida­d de esta declaració­n, también celebraban que el régimen abandonara la pasividad con un texto que «revela las contradicc­iones de su posición».

La primera de ellas consiste en la violación de uno de sus principios fundamenta­les en materia de política exterior: la integridad territoria­l. Los referéndum­s en territorio­s ocupados por la ofensiva rusa bien podrían suponer un incómodo precedente de cara a Taiwán.

China, de hecho, ni siquiera reconoce la anexión de Crimea. Al mismo tiempo, el régimen no puede dejar caer a un país con el que comparte frente común –más «alineación» que «alianza»– ante los valores universale­s de Occidente, pero tampoco sacrificar su relación con el mundo, en especial la UE a causa de un conflicto ajeno. Esta necesidad resulta particular­mente acuciante ahora, cuando su economía comienza a dejar atrás el desastre causado por tres años bajo la política de covid cero.

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