ABC (Córdoba)

De lo canario en pintura

Juan José Gil (1947-2023) Nombre clave de la escena artística canaria contemporá­nea, le animó siempre la pasión por lo insular, y por la pintura en sintonía con los postulados de la abstración norteameri­cana y de la pintura-pintura francesa

- JUAN MANUEL BONET

Nacido en San Mateo, localidad del interior de Gran Canaria, y fallecido el pasado 1, Juan José Gil se formó en Tenerife, en la Escuela de Bellas Artes de La Laguna, donde el maestro que más le influyó fue el pintor informalis­ta Pedro González, futuro alcalde de la ciudad. Por aquellos años expuso en la pionera Sala Conca. Retornado a su isla, conectó con Tony Gallardo, escultor comunista que tras pasar un tiempo en las cárceles de la Península articuló, de 1975 en adelante, junto a su hermano y conmilitón José Luis Gallardo, el grupo cultural contestata­rio Contacto 1, para el que reclutó a Juan Luis Alzola, Leopoldo Emperador o el propio Gil, entre otros. ‘Happenings’, murales callejeros, proyeccion­es, debates sin fin, y en 1976 el Manifiesto del Hierro, con sus excesos africanist­as. Por aquel entonces también fue uno de los colaborado­res gráficos de la colección poética ‘Paloma atlántica’, dirigida por Padorno, del que fue próximo, como de Chirino, y del ZAJ Juan Hidalgo. Nos conocimos en 1975, año de mi primer viaje a Las Palmas. Recuerdo, precisamen­te en San Mateo, en una colectiva del grupo, unas grandes arpilleras negras suyas, muy millaresca­s.

Tras dejar atrás la sombra de la arpillera, Juan José Gil optaría por una senda de esencialid­ad, de ‘más es menos’, de geometría y luz, deudora tanto del ejemplo norteameri­cano, como de la pintura-pintura francesa. Su memoria de insular inspira su poética atlántica, de dominante azul, y en su momento abstracta, aunque con el tiempo incorporar­ía cada vez más elementos figurativo­s: puertas, volcanes, acantilado­s, carreteras, playas, goletas fugitivas... Su individual de 1988 en el Club Prensa Canaria abordó el mito de San Borondón, la isla fantasma. La de 1991 en la madrileña Rayuela la tituló ‘Ciudadano del mar’. Habló en ocasiones, con el brasileño Oswald de Andrade en la memoria, de la antropofag­ia inherente a la condición insular. También recurrió a otro mito, universal este, el de Ulises. En 1999 el Gobierno de Canarias publicó, en su benemérita colección negra, una monografía sobre él, de la autoría de Fernando Castro Borrego, compañero suyo en la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel.

Uno de los museos en los que está representa­do, y donde ha figurado en varias colectivas, es el CAAM de Las Palmas, al que desde el principio estuvo muy ligado, y cuya primera responsabl­e del departamen­to de Educación fue su mujer, Alicia Batista, a la que rindió homenaje en un ciclo de 1979 ‘Paralicia’, al que pertenece un díptico que es una de las dos obras que lo representa en el TEA, el museo tinerfeño. En mi recuerdo quedarán siempre Alicia, Juan José, y el resto de los ilusionado­s grancanari­os de aquellas primeras visitas allá de este ‘godo’ que desde entonces ha seguido pendiente del archipiéla­go y su cultura.

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