ABC (Córdoba)

El fútbol masculino

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Josep Guardiola i Sala (Santpedor, 18 de enero de 1971) ha tardado 14 años y dos equipos en darse cuenta de que sin Messi y sin el Barça no puede ganar la Champions si no cuenta con un nueve de verdad. El día del 2 a 6 en el Bernabéu empezó la leyenda del falso nueve: ayer terminó tras el largo y angustioso año de reflexión que ha necesitado para darse cuenta de por qué el Madrid lo eliminó de aquella heroica manera. No fue por los jugadores, no fue por la táctica, no fue por nada más que por su actitud de señorita afectada del siglo XIX que de pronto se desmaya.

Guardiola ha tenido que hacerse un hombre para superar al Madrid y aspirar en serio a ganar la Champions. Ha tenido que renunciar a su postureo esteticist­a y adaptar su fútbol total a la verticalid­ad vertiginos­a, sin tanto manierismo, sin tanta retórica, asegurando la eficacia, y el resultado.

Es fútbol, pero es moral. Es la concepción del juego, pero también y sobre todo una manera de vivir. Pep demostró ayer que ha aprendido la lección fundamenta­l de que importa mucho más ganar que tener razón. ¿Qué razón? La única razón del fútbol es ganar la Champions y todo lo demás es ñoñería de perdedores.

Pep se había comportado hasta ayer como la clase de esposa que sólo se siente cómoda yendo a las fiestas si tiene 700 bolsos de Vuitton o de Hermès, y que cuando finalmente elige uno dentro no lleva ningún enser sino otros dos bolsos por si a media velada cree que se ha equivocado. Así Guardiola tiraba las Champions, por un exceso de bolsos. Ayer los quemó todos y empuñó el hacha, como hay que hacer para ganar. Queremos sangre.

Todo lo que tanto despreciab­a en su teórica lo tuvo que aplicar a su cuerpo. El niño se hizo varón y fue capaz de imponerse. Ayer a Pep le cambió la voz como a los adolescent­es que acceden a la hombría. Ha gastado cientos de millones de euros en el intento, primero en Alemania y luego en Inglaterra. Pero más allá del acertado fichaje de Halland y de la adaptación a la realidad del juego de su equipo, quien más ha cambiado ha sido él. Y habría podido hacerlo mucho antes, y sin salirle tan caro al jeque, si hubiera sido menos presumido y esclavo de su cursilería, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Criticó el proyecto de la Superliga diciendo que «el deporte no es deporte no es deporte si no hay relación entre esfuerzo y premio» cuando él le levanta al año 27,5 millones de euros netos a un señor que el premio y el esfuerzo -y la democracia­cree que son chistes tontos de los «shorts» de YouTube.

A Pep sólo le queda la final para coronarse, y lo más probable es que si no hace tonterías, la gane; aunque también es muy probable que decida hacerlas, como el año en que decidió tirarla a la basura por jugar a los espejitos contra el Chelsea.

«Pep demostró ayer que ha aprendido la lección fundamenta­l de que importa mucho más ganar que tener razón»

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// ABC Pep Guardiola, ayer en el Ethiad Stadium

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