El corro de la patata
Necesitamos a gobernantes más generosos que oportunistas
EL independentismo no funcionó porque su tremendismo era mentira y sus líderes unos cobardes. «Vivimos de rodillas», decía Puigdemont. El corro de la patata del Barça en su forma y concepción es una celebración afectada y ‘kitsch’ que además no tiene un final épico, ni emocionante, y justo cuando algunos aficionados del Espanyol iban a dárselo, los jugadores del Barça corrieron como ratas y recordaron mucho a Puigdemont huyendo a Bélgica en lugar de defender la independencia que había declarado el día antes. Cataluña y el Barça son un gran corro de la patata victimista y posturitas, que gira y grita diciendo que han ganado, pero cuando alguien viene a jugar de verdad, huyen despavoridos, corriendo o en maletero, siempre por patas.
El otro gran corro de la patata de España es la derecha girando y gritando que ETA ha ganado. Da igual que no mate, que detuviéramos a sus asesinos, que los juzgáramos y los condenáramos, que se rindieran y que cuando quedaron en libertad los obligáramos a participar del sistema de democracia y libertad por el que antes nos asesinaban. He leído en los últimos días centenares de artículos de un tremendismo parecido al que los independentistas solían poner en ondulación para excitar las bajas pasiones de su turba.
Luego sales a la calle y los catalanes vivimos mejor que nunca, tal como en general España vive hoy en paz, sin la amenaza terrorista de ETA y con un nivel de bienestar que cierto es que no tenemos asegurado para siempre –y que las políticas de Sánchez no parecen las más adecuadas a tal efecto– pero que en cualquier caso dista y mucho del infierno que la derecha prende cada mañana al levantarse.
Rajoy decía de Puigdemont que el mayor enemigo de un loco es la realidad. De nada sirvió que el presidente parara el golpe, desarticulara al independentismo y lo hiciera aplicando la mínima fuerza posible y preservando la convivencia: para la derecha de la patata también él fue un traidor. Esa derecha fue el caldo de cultivo de la moción que llevó a Sánchez a la Moncloa. Esa derecha automática, vulgar, patatera, que no aprende la lección de que el ‘hecatombismo’ conduce al rincón rabioso de los perdedores.
Necesitamos a gobernantes inteligentes, compasivos, valientes, más generosos que oportunistas, que no quieran dividir a la sociedad convirtiendo a la otra mitad en fascista o en maltratadora o en corrupta. De nada sirven los patrioteros que se golpean el pecho para hacerse los esencialistas de la tribu. Es inútil repetir siempre lo mismo subiendo cada vez los decibelios. La propaganda es igual de humillante para quien la emite que para quien la traga. El ‘findelmundismo’ es un insulto. Y el maximalismo histérico que nos grita como si en lugar de dirigirse a personas llevara a las ovejas. Estamos a dos artículos de que alguien escriba que el independentismo también ganó y que Cataluña es un Estado. Imagino a Puigdemont leyéndolo desde Waterloo y pensando: «Mira tú si habré sido burro».