Una canción que se queda en la cabeza
El Arenal vivió ayer domingo una jornada de almuerzos algo más tranquilos que los del sábado y con la presencia de una lluvia más débil
OY recuerdo el primer beso, que nos dimos a escondidas, hoy recuerdo esa mirada de cuando nos conocimos y la triste despedida... ¿Cómo seguía la canción? Lo pensaba el que ayer iba buscando su caseta y al pasar por otra, entre el eco de las risas y de las voces que se imponen el gran coro de la conversación de la amistad. ¿Cómo seguía aquello? Si por lo menos tuviera el apoyo del estribillo sería fácil, pero no podía detenerse. Tenía que seguir rápido en busca de su lugar y la canción se le había perdido en el oído, pero se le quedó prendida en la cabeza.
Y hay duendes en la cabeza a los que les encanta hacer la travesura de que una canción se pegue y no deje de sonar en todo el día y en bastantes días. Será por el ritmo constante de las sevillanas, por cierta percusión que se pega a las orejas con precisión matemática y por tener hacer el estribillo cuatro veces, el caso es que la música de la Feria de Córdoba se pega más que el albero a los zapatos impecables, más que el sol a la celosía de esparto que lo repele para crear algo de fresco.
Con esas sevillanas y canciones en la cabeza se iba viviendo el domingo, igual y distinto como tienen que serlo los días de una fiesta que se renueva todos los años. Igual porque respondía al rito de haber quedado en la caseta, de saber que había comida con los amigos y con la familia, de pasar un buen rato con la gente a la que se quiere. Distinto porque había que mirar al cielo, y porque no es raro que llueva en la Feria de Córdoba, pero en la memoria, que es donde sucede más veces, siempre tiene el cielo azul, un punto de calor y ningún paraguas.
HEmpezar de nuevo
Los que tienen más vocación estaban recordando dónde estaban cuando empezaron a sonar los truenos y lo difícil que fue salir sorteando el barro, que nadie se acuerda de los resbaladizo que puede ser. Hubo paraguas pequeños que se escondieron debajo de las mesas por si las moscas, aunque lo que se esperaba fue lo que llegó: algunos chaparrones sin llegar a la continuidad del día anterior.
Y sí, se recordaban los esfuerzos para evitar que los volantes tocaran los charcos, pero al mediodía casi todo
El Arenal estaba como si no hubiera pasado nada. Se nota que la tierra tenía tanta sed que está dispuesta a llevárselo todo en poco tiempo.
Y a esa hora quedaban los almuerzos y los encuentros. Los del sábado eran tempraneros y como con la prisa de recuperar la fieta después de un año; los de ayer domingo eran bastante más tardíos. En parte porque algunos aprovecharían con todo alborozo la noche del sábado y en parte porque era un día también distinto. Por eso el bullicio en las casetas estaba más cer
Tiempo
El día amaneció con casi todo el albero seco, pero las precipitaciones obligaron a sacar los paraguas de nuevo por la tarde
Reuniones
La fiesta empezó quizá un poco más tarde, con algo de resaca del sábado, pero también con muchos encuentros de amigos
cano a las tres de la tarde. Y quedaban entonces las sevillanas, colándose en la memoria y entre las conversaciones. Muchas más y no sólo la que sonaba al llegar al Arenal.
«El lunes por la mañana, cuando ya el calor aprieta», sonaba en el rato en que todo el mundo por fin se había sentado y la conversación se aplacaba por repartir de un buen plato de queso. «Que se alegren las palmas al compás», y algunos en la mesa hasta aplaudían para celebrar que se podía festajar en otra Feria.
Pasadas las tres de la tarde las calles estaban aliviadas de público, pero no porque la Feria estuviese mal de ambiente, sino por lo contrario: las casetas se llenaban y los camareros daban lo mejor de sí, que cada año es más y mejor, para atender todas las comandas que iban llegando.
En la Feria había horas para todo y también para las sevillanas desde cierto momento, que los trajes de flamenca no se hicieron sólo para lucirse en fotografías ni quienes los llevan son maniquíes inmóviles. Están hechos para el vuelo alegre y el movimiento entre unas piernas que danzan a un compás preciso. «Mírala con qué gracia se zapatea», y la memoria evoca en un momento los fuertes golpes que hacen percusión en la madera del tablao o que levantan con felicidad el albero.
A esas horas llovía otra vez. No había ruido en el cielo ni el anuncio de un chaparrón violento que obliga a correr, pero el suelo se mojaba y los paraguas que se habían llevado con discreción tenían que volver a aparecer para ir desde un sitio a otro. Otra vez las sevillanas, esta vez alguna más rara que de vez en cuando se colaba si el que había hecho la selección quería ser un poco más original: «Sobre los cristales la lluvia caía con lento compás». ¿Era llamando a las precipitaciones que tanto se han echado en falta? Quién sabe. Lo cierto es que la tarde se echaba pronto, porque está a punto de empezar una cierta pausa para muchos en una Feria tan larga como la de Córdoba. Al volver, con la alegría de haberse divertido, volvía por fin cómo continuaba la canción del principio: «Se nota en la mirada que vives enamorada...».