La solera de Finito, la excelencia de Talavante y la verdad de Aguado
Los toros de Álvaro Núñez brillaron durante el primer tramo del festejo
Por el mismo ruedo que cuatro horas antes abandonaba a hombros el triunfal Roca Rey retumbaban los «¡oles!» que Córdoba le cantaba al que eternamente considerará como su torero, en esos lances tan derechos y entregados ante Naranjero, el primero de la tarde. Alto, con mucha caja y apariencia por delante, que fue digno compañero para un Finito que se desperezaba a pies juntos con un toque seco al pitón contrario, que reclamaba con la voz la atención del toro y de los tendidos, que lo ovacionaban como se ovaciona a un hijo. Seca le llegaría la garganta al último tercio de lo que le habló a la cuadrilla durante la lidia, monitorizando cada movimiento, cada capotazo, cada par de banderillas. Todo. Que se le perdonó por cómo estuvo con la muleta, que era el reconfort del toreo. Sin intensidad, pero con una solera desbordante. En el perfil del pitón, citando con la muleta plana, inclinando el palillo en su embroque, con la figura hundida, geométricamente insuperable. Sonando la marcha ‘Mi Amargura’, que parecía ser la metáfora del momento concreto del torero, que cantaba amarguras en cada trazada. Con destellos del gran torero que siempre fue, con la pasión y el alma de quien verdaderamente se amarga por lo que no hace. Lamentablemente, desistió del lado izquierdo y no rubricó con la espada del modo en que aquello merecía.
El más bajo de toda la corrida se guardó para el cuarto turno. Ricardito, con mucho cuello, acapachado en su encornadura, fino en su tipo. Que bufaba en
cada lapazo de Finito, antes de hincar el pitón y dar un volantín tras un trallazo. Llegó muy tocado a la muleta, aunque aún regaló unas pocas de embestidas supremas tras el jarabe de tiempo y temple que le recetó el maestro de la tierra, al que volvía a tocarle la música con ‘Callejuela de la O’ a modo de reposado palio del toreo, que entre varales se encontró bajo su manto con tres o cuatro derechazos de bellísimo trazo.
La disposición con la que salía Alejandro Talavante, abriéndose con un farol inverso, sólo es compatible con quien llega con la hierba en la boca, con quien está necesitado de un triunfo o con quien conoce y apuesta con toda su fe por la ganadería a lidiar. Que en el caso del extremeño parecía ser lo último, ante un Aguaclara que era verdaderamente claro: en su blanquecino pitón, en sus extraordinarias hechuras y en su franca embestida. Y con él lograría el extremeño una de sus grandes obras del año; suavísimo al natural, extraordinario con la diestra, por donde estuvo aún más ajustado en el cite y relajado en su encuentro. El ritmo de Aguaclara era para gozarlo, que por su expresión traía a la mente aquel toro del 2007 al que le zampó aquel natural eterno, que trató de reproducir este desenfadado y feliz Talavante, que más que para grandes batallas está simplemente para gozar, que es lo que logró. Más áspero e incómodo fue el quinto, con el que acertó en abreviar.
Y después de ver cómo habían toreado por delante los dos maestros, a Pablo Aguado no le quedaba más remedio que torear como la madre que lo parió, aunque con Campanito, tan despegado del suelo como poco agradable, era difícil acomodarse. Verdaderamente comprometido y torero estuvo con la muleta, muy encajado, tomándole el pulso al milímetro. La mejor versión de su temporada, con una verdad inquebrantable, con una colocación pura e íntegra. Aunque con la espada estuviera para matarlo: no se puede emborronar así todo ese esfuerzo.
El jabonero sexto fue para atrás tras perder las manos en el caballo. Y ahora eran las manos de todos las que se echaban por las cabezas: «¡Otra vez los cabestros no, por favor!», lamentaban tras el petardo matinal. Salió para cerrar la tarde Asturiano, el primer sobrero, con el que volvió a tirar la moneda pese a la falta de entrega del animal. Se jugó el pellejo, como pocas veces se le recuerda. Aunque con la espada...
Pablo Aguado mostró su versión más comprometida y torera de lo que llevamos de temporada, aunque mal con la espada