ABC (Córdoba)

La intimidad como una época de la vida

La Feria volvió a centrarse en el interior de las casetas en un día con estampas de color y belleza a la espera de las horas más intensas

- LUIS MIRANDA

CÓMO cambian las cosas, piensan algunos. La vida se vive hacia delante y sin líneas divisorias. De un día se pasa a otro en pasos que siempre miden milímetros, porque nadie es capaz de saber cuánto pesará cada jornada en el cómputo global de un tiempo que ha comenzado y que no tiene final tasado. Nadie se acuesta adolescent­e y se levanta joven, nadie amanece como maduro ni como anciano, sino que se va haciendo y las más de las veces sin darse cuenta.

Sólo de tarde en tarde, quizá en algún cumpleaños o algún día en que se detiene a mirarse al espejo, encuentra canas entre lo que va la saliendo en la barba o alguna arruga mientras se maquilla. El tiempo está hecho para pasar siempre al mismo ritmo y el que distinga entre etapas lo hará mucho después y con una división artificial que en todo caso tiene muchas excepcione­s. No puede ser de otra forma. Lo pensaban ayer quienes iban camino de la Feria de Córdoba para disfrutar un rato el martes y recordaban el momento en que empezaron a ir el martes.

De jóvenes, en otro momento de esa vida que es la misma y que se va sucediendo con una cadencia invisible, a la Feria iban a partir del miércoles, que era algo así como una jornada inaugural de cuatro días de fiesta. Se empezaba en cierto momento, pero no se sabía cómo terminar.

El martes, en cambio, era antes un compás de espera y ahora es el día que se elige. Se prefieren días de tranquilid­ad antes que el aluvión de los estudiante­s y de los más jóvenes, que toman la fiesta por asalto y las calles como si no dejaran de ser suyas.

Piensa en ello el matrimonio todavía joven pero ya con experienci­a en llevar la alianza. Es martes de Feria y hasta se han pensado si seguir al ver cómo está el cielo. A la una del mediodía no diluvia, pero sí llueve con bastante constancia y con la fuerza que obliga a buscar el cobijo de las casetas y hasta de los árboles. Dura poco, porque pasadas las dos de la tarde se queda en chispeo y después en nada, pero el albero, que recuerda todavía los chaparrone­s de la noche, no se ha podido tragar tanta agua acumulada. Hay barro que ha empezado a llenar también la parte adoquinada. Hasta la hora de comer no hace fresco, sino lo que puede llamarse frío, pero la Feria vuelve a ser ella un poco antes de las tres de la tarde.

Llega de pronto una primavera benigna. Con el cielo gris, pero sin amenaza de lluvia; con aire templado, pero sin rastro de calor; con charcos en el albero, pero cada vez más pequeños. Parece que ha terminado, pero regresa después de la nueve, y con violencia. Hasta allí va llegando aquella pareja que quiere divertirse con amigos

Tiempo El mediodía era frío y lluvioso, pero la jornada aguantó y llegó más calor, hasta que volvió el agua a las nueve de la noche

Afluencia

El público de mediana edad volvió a ser el mayoritari­o en una jornada en que la actividad académica todavía no se ha detenido

en la caseta y no tiene que decir a quienes están en la puerta su nombre ni que son socios. Se conocen. Todavía no están viendo a demasiados jóvenes, como no iban ellos cuando les tocaba, porque todavía están las clases y el estudio sobrevolan­do. Pronto se retirarán. Ahora más bien han dejado a los hijos en casa y saben que en algún momento también les tocará ir a ellos. Ella se ha puesto con simetría el mantón nuevo sobre el vestido de otros años, para dar un aire fresco a un traje de flamenca que ya ha pisado la Feria, pero está contenta y piensa en los días en que pensaba que la mejor forma de llegar a la fiesta era de calle. Hubo algún día, de esos que van pasando sin nombres pero que van marcando la vida, en que pensó que había que vivir la Feria de la forma auténtica, porque no era salir como en los demás días. Convenció a su hija de hacerlo a veces, cuando era más pequeña, pero ahora no siempre lo consigue y piensa en sí estará en el mundo ella cuando también la vida y los años la inviten a mirar las cosas de otra forma. Él en cambio recuerda cenas como se podía y donde se podía, de la época en que en El Arenal había casi el doble de casetas y en tantas partes había un flamenquín aceptable que llenaba el estómago para seguir de fiesta. Ni pensaba entonces que con el tiempo, cuando el esfuerzo en el trabajo diera fruto, disfrutarí­a en una mesa con motivos flamencos y unos platos de ibéricos que eran una tentación auténtica.

A sorbos

Hace tiempo que bebe el vino a sorbos pequeños, porque aprendió lo que puede traicionar su sabor refrescant­e y profundo, como nacido de las mismas entrañas de la tierra, y se precia de pasarse al agua cuando algo en la cabeza le dice que tiene que alejarse. Los encuentros de amigos a los que van son para charlar con los demás, para las conversaci­ones de adultos que tanto se echan de menos cuando hay que negociar y animar a los hijos.

Paradójica­mente, son de ellos de quienes hablan unos y otros, casi siempre para bien, porque piensan que después de todo han tenido suerte. Se ponen al día de sus vidas, de la evolución de las empresas en las que trabajan y de la salud de los padres, que empieza a ir preocupand­o de forma crónica. Son las cosas de la vida también.

Y hay cierto momento, cuando incluso se ha podido bailar sevillanas, porque son de la época en que todas las chicas y algunos chicos sabían moverse al compás de esa danza de letras que se pegaban al oído, en que vuelven a sentirse jóvenes por un rato, y hablan los dos y van mirando cómo el cielo, algo más despejado que en los peores momentos, va vaciándose del sol y buscando la noche. Será hora de regresar.

En El Arenal hay gente, pero no tantísima como la que ellos recuerdan de la época en que disfrutaba­n hasta que amanecía. Hubo un momento en que la vida y el tiempo les llevaron por el camino de lo que se disfruta en la intimidad.

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VALERIO MERINO Tres jóvenes recorren la Feria de Córdoba duarante la tarde de ayer//
 ?? // VALERIO MERINO ?? Un grupo de chicas accede al interior de una caseta
// VALERIO MERINO Un grupo de chicas accede al interior de una caseta
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