Córdoba en las urnas
Hoy volvemos a dar otro cheque al portador de confianza y desafío. Hoy tiene que ganar Córdoba, lo que de verdad duele
Córdoba llega hoy a las urnas algo despistada y legañosa. A trompicones, tras una semana de idas y venidas, donde el argumento central era la fiesta. Para los que practican de ella. Para los que huyen de la misma. Ocurre cada cuatro años como una anomalía, o como una singularidad manifiesta. Feria y elecciones provocan un efecto estampida sobre lo verdaderamente importante. Lo que a diario es el escrutinio de la vida: trabajar, sobrevivir, progresar, mejorar, disfrutar una ciudad como ésta. Las campañas electorales suscitan cada vez más el desapego por esa especie de sobreexposición ante los problemas que seguirán ahí el 29 de mayo. Una conjura de soluciones mágicas que lo arreglan todo en quince días. «¿Ahora se acuerdan?», suele ser el reproche más generalizado de la sociedad al político, que está en el mismo lugar el resto de días del mandato, y tal vez la sociedad no se acuerda de ello, por lo que el reproche inicial se invalida en gran parte. Si la Feria es esa ciudad efímera que todo lo puede, las elecciones dejan una sensación de democracia efímera que acaba ejerciendo un poder omnímodo.
Córdoba llega perezosa, porque siempre lo fue para depositar su voto, con una abstención demasiado elevada, siempre determinante y a la par reveladora y decepcionante. La desilusión del ciudadano sobre su destino más inmediato y tangible, la oportunidad perdida para poner remedio al descontento. Para cambiar las pequeñas cosas.
Pero Córdoba llega hoy a las urnas con oportunidades en el horizonte más enriquecedoras que otras ocasiones. Por supuesto que con deberes pendientes, como siempre, pero con la sensación de que hay un objetivo nuevo y una estrategia que ha traspasado la charlatanería sofisticada. Hay seriedad en los planteamientos, seguridad en las decisiones y en la confianza que se desprende hacia quien pone a la ciudad en su hoja de ruta como empresa o como vecino de nuevo cuño. El beneplácito y el piropo no prestado de quienes nos ven desde fuera. En esa fatalidad cordobesa de no saber quererse. Hay errores, por supuesto, pero también la constancia de que se ha intentado mejorar y de que se han procurado nuevas cosas. Que ha habido voluntad de cambio —algunas veces menos de la que tocaba—, aunque determinados escollos estructurales sigan lastrando la energía y la paciencia de toda una ciudad entera. La pandemia ha sido un desvío forzado con mucha hondura, donde los cordobeses han dado la cara, pero donde sus representantes han estado ahí.
Ante la cita de hoy, caben hacerse algunas preguntas como quien examina al alumno en una especie de reválida a tiempo alquilado: ¿Está la Córdoba de hoy mejor que la de hace cuatro años? ¿Podrá estar aún mejor dentro de otros cuatro más? ¿Hemos encontrado la manera de situarla donde se merece? ¿Queremos seguir viviendo en ella y ayudando en el empeño...? Hoy volvemos a dar otro cheque al portador de confianza y soberanía, de esperanza y desafío. Hoy tiene que ganar Córdoba, porque es lo que de verdad nos duele.