El crimen de la peregrina: «Nos vamos a ver más veces»
Mañana, llega a las librerías ‘El crimen de la peregrina’, de la colección ‘Sin ficción’ (Editorial Alrevés) y escrito por Pablo Muñoz, que reconstruye la investigación del crimen de la norteamericana Denise Pikka Thiem ocurrido en 2015 en el Camino de Sa
«Como sigas así, nos vamos a ver más veces»… El reloj enfilaba ya la medianoche del 11 de septiembre de 2015 y a Miguel Ángel Muñoz, encerrado en un calabozo de la comisaría de Policía de Astorga (León), le atormentaba esa frase, que tuvo que escuchar un año antes en esas mismas dependencias policiales. A primeras horas de la tarde le habían puesto los grilletes en Grandas de Salime (Asturias) acusado del asesinato de la peregrina norteamericana Denise Thiem –uno de los casos más mediáticos de esos últimos meses– y, por supuesto, recordaba muy bien la fecha en la que tuvo que oír esa sentencia: 25 de septiembre de 2014. También, claro, quién la había dicho esa frase, mirándolo fijamente a los ojos, justo cuando se le devolvían sus pertenencias tras pasar cerca de veinticuatro horas arrestado en el lugar donde estaba ahora. Era la inspectora Patricia, jefa del Grupo Operativo Local de la comisaría de la población, capital de la maragatería.
Entonces estaba detenido por el asalto a otra mujer, de nacionalidad alemana, en las inmediaciones de su finca de Castrillo de los Polvazares, a unos pocos kilómetros de Astorga. Había salido bien librado. La víctima no fue capaz de reconocer ni siquiera su voz, de modo que los indicios contra él, que los había y eran bastante sólidos, no fueron suficientes para que el juez lo encerrara. Pero para Patricia, ni entonces ni ahora había dudas: este individuo era el autor de las dos agresiones, e incluso de una tercera, la de una joven china cometida meses antes de la de la chica alemana, exactamente el 28 de mayo (...)
Mal recuerdo
Miguel Ángel Muñoz tenía muy mal recuerdo de ese primer encontronazo con la inspectora y el resto de los agentes de Astorga; era muy probable que en aquel episodio se sintiera cohibido ante ella, incluso acomplejado ante su fortaleza mental, su carácter fuerte, su baja tolerancia a que la intentaran engañar… Por supuesto, a un tipo como él, violento y con unos pronunciados rasgos machistas tan característicos de los agresores con su perfil, no le gustaba nada esa sensación de inferioridad (...)
La verdad es que a la policía tampoco le agradaba Miguel Ángel. Le había calado desde el primer día que se cruzaron sus caminos y jamás estuvo dispuesta a darle respiro alguno. Sabía –quizá sea más exacto afirmar que
intuía– que iba a reincidir en sus agresiones. Por eso, cuando quedó en libertad la primera vez por falta de pruebas le lanzó esa dura frase, mitad advertencia y mitad vaticinio. Ya entonces le pareció un psicópata, un tipo asocial, vengativo (...)
Con la presión añadida que suponía una nueva detención y saberse culpable, Miguel Ángel Muñoz no quería ver ni en pintura a la inspectora ni a sus compañeros. (...) Lo admitiera o no, la sola presencia de Patricia, de más de 1,80 metros de estatura y voz firme, le inquietaba. Puede decirse que la temía en la misma medida que la odiaba, porque sabía que ella era mucho más fuerte.
Miguel Ángel Muñoz, en cambio, sí había conectado con el subinspector Carlos, que había viajado en helicóptero a Grandas de Salime desde Astorga para hacerse cargo de él tras su arresto. No es que hubieran entablado una conversación en el trayecto de vuelta (...) pero con un par de detalles menores –por ejemplo, aliviarle la presión de los grilletes, o dirigirse a él de forma exquisita para disipar los temores que pudiera tener–, el policía consiguió que no lo percibiera como una amenaza, sino como alguien próximo en el que se podía confiar. El plan funcionó a la perfección, porque el arrestado, por iniciativa propia, lo había llevado, junto a otro compañero, hasta el lugar donde estaban los restos de Denise (...) Destinado en el Grupo II de Homicidios y Desaparecidos de la UDEV de la Comisaría General de Policía Judicial, abogado de formación, con voz pausada, mirada penetrante y con muchísimos años de experiencia en la investigación de asesinatos y desapariciones, era capaz de hacer sentir cómodo a ese individuo. Sabía todo de él, porque lo había investigado desde el 1 de junio, cuando su unidad se incorporó a la investigación. Por tanto, conocía sus filias, sus fobias, sus debilidades… Eso le daba una ventaja estratégica (...)
Papel clave
Carlos había tenido un papel clave en el desenlace del caso, pero tampoco era conveniente que su relación fuese a más. Así que el inspector Jesús, jefe del Grupo II de la UDEV, también con años de experiencia y casos muy complicados a sus espaldas, se encargó a partir de entonces de mantener ese contacto con el detenido. Empático, es de esas personas que sabe transmitir tranquilidad incluso en los momentos más tensos (...)
Tal como ordenó la jueza encargada del caso, por la mañana el sospechoso del asesinato de Denise entró puntual en el edificio judicial (...) Antes de que fuera llevado ante la instructora aún le quedaba un último trámite, preceptivo: su examen por parte de la forense del juzgado para garantizar que sus condiciones psicofísicas eran las adecuadas para afrontar el duro interrogatorio que le esperaba, en el que se jugaba su futuro. Lo superó sin mayores problemas (...)
Hora y media después, Miguel Ángel Muñoz salía de declarar. Se acababa de declarar inocente y la instructora aún debía decidir sobre su situación una vez que el fiscal hubiera pedido su ingreso en prisión sin fianza y su defensora su puesta en libertad por una supuesta falta de pruebas. El guion seguía más o menos lo previsto, aunque Miguel Ángel Muñoz aún tenía pendiente otro examen forense para intentar determinar si era imputable o no; en otras palabras, si tenía alteradas sus facultades mentales, lo que podía afectar a su grado de responsabilidad en los hechos. Comenzó poco después de
«La sola presencia de la inspectora Patricia, de 1,80 metros de estatura, le inquietaba. La temía en la misma medida que la odiaba»
«Patricia, me he asustado de cómo te ha mirado; si te pilla, te mata. Si puede, también irá por ti»
que el imputado comiera algo, esta vez un bocadillo, para reponer fuerzas.
No fue una entrevista más; la forense, de mediana edad, muy inteligente, con amplia experiencia, legalista al máximo y magnífica profesional, tenía claro que se iba a tomar su tiempo. Alguien que durante casi medio año era capaz de ocultar un asesinato y hacer una vida normal aun sabiéndose objetivo de la investigación, debía tener una personalidad compleja. Y para descifrarla necesitaba ganarse su confianza, someterlo a pruebas, hacerle muchas preguntas y analizar sus respuestas y reacciones… Él se podía cerrar en banda, desde luego, pero en casos anteriores tipos aparentemente decididos a no colaborar lo más mínimo habían acabado derrotándose ante ella. ¿Por qué no podía ser esta vez igual? (...)
El trabajo de la forense, metódico, riguroso, alejado de cualquier tipo de presión sobre el detenido pero firme a la hora de hacerle notar las incongruencias que surgían, minaba cada minuto su fortaleza mental. Las respuestas preparadas por Miguel Ángel Muñoz en las largas horas de soledad en el calabozo, expuestas ante la instructora horas antes y repetidas ahora ante la especialista, no surtían el efecto que esperaba. El trabajo de la forense, desde luego, no era decirle si le creía o no; solo intentaba analizar su personalidad, saber si era consciente del lío en el que estaba metido, si era consciente o no de sus actos o estos estaban influidos por alguna patología mental que afectara su responsabilidad criminal. Pero si ni siquiera ella, que no lo estaba sometiendo a un interrogatorio propiamente dicho, se «tragaba» su versión, ¿cómo lo iba a hacer la jueza? (...)
Pasadas cinco horas, poco antes de las nueve de la noche, no resistió más y confesó que había matado a la peregrina, tal como sabía la Policía casi con total seguridad desde hacía meses pero ahora se confirmaba… ¿Arrepentimiento? No parece. ¿Necesidad de liberarse de ese peso? Por ahí podía ir la cosa. ¿Sentirse descubierto? Quizá… El motivo, en cualquier caso, era lo de menos. Lo importante era el hecho en sí (...) A las nueve y media de la noche, Miguel Ángel Muñoz salió de declarar ante la jueza por segunda vez. Estaba tocado, porque ya empezaba a ser muy consciente de que acababa de confesar por segunda vez ser autor del asesinato de la peregrina y eso le iba a costar muchos años entre rejas. En ese estado de ánimo se encontraba cuando salía de la sala. Entonces vio en el pasillo a la inspectora, acompañada por la forense. No abrió la boca, pero la mirada de odio que le lanzó demostraba hasta qué punto identificaba a esa policía con su ruina… «Patricia, me he asustado de cómo te ha mirado; si te pilla, te mata», le advirtió la perito. «Es muy vengativo, como pueda y tenga ocasión también va a ir a por ti», respondió la policía.
Ahí fuera la oscuridad se había abierto paso cuando, custodiado de nuevo por tres agentes y esposado, subió a un coche policial que lo llevó de vuelta a la comisaría de Astorga. No fue trasladado esa noche a la cárcel de Mansilla de las Mulas porque la instructora había ordenado que al día siguiente se procediera a la reconstrucción de los hechos, en su presencia y también en la de su abogado.