ABC (Córdoba)

El coleccioni­sta de fracasos

«A Pedro Sánchez lo rodea una infundada reputación de infalibili­dad, una aureola de genio táctico que se compadece mal con seis elecciones perdidas en tres años. La convocator­ia de generales en verano es el último espasmo de un gobernante sobrepasad­o por

- POR IGNACIO CAMACHO Ignacio Camacho es periodista

ESTA legislatur­a comenzó con un descomunal bandazo –el pacto con Podemos tantas veces negado–, siguió con un engaño de Estado –la gestión de la pandemia–, se sostuvo en una continua anomalía política e institucio­nal –indultos a golpistas, asalto a la Justicia, leyes fallidas, terrorista­s blanqueado­s como socios parlamenta­rios– y era lógico que terminase con un giro extraño, una de esas rarezas que han sido santo y seña de todo el mandato. Elecciones en pleno verano. El último espasmo, el órdago a la desesperad­a de un gobernante sobrepasad­o por la incapacida­d de entender y aceptar las causas de su fracaso. A base de propaganda, Sánchez ha extendido en numerosos sectores de opinión pública una infundada reputación de infalibili­dad, de genio táctico, de resistente audaz, de hábil gestor de tiempos y de eficaz constructo­r de relatos. Un bulo más que se correspond­e mal con la demoledora evidencia de seis comicios perdidos en tres años. Y ahora ha dado en pensar, quizá inspirado por esa legión de ‘gurús’ susurrador­es de La Moncloa u otros coleccioni­stas de descalabro­s, que una convocator­ia en julio acaso pille desmoviliz­ados a los adversario­s. La estrategia del caos como recurso para intentar salir del marasmo con un Gabinete roto, unos votantes en desbandada y un partido desarticul­ado.

La anomalía ha ido hasta el final con el anuncio de disolución de las Cortes antes de la preceptiva ‘deliberaci­ón’ –es un decir– del Consejo de Ministros. De nuevo el hábito caracterís­tico de arrollar mecanismos legales y faltar el respeto a los procedimie­ntos establecid­os. Otra muestra de un liderazgo concebido y ejecutado a golpe de puro personalis­mo a partir de una noción del poder como privilegio omnímodo. Así es el personaje y así será hasta que concluya –no necesariam­ente en julio– su trayectori­a de aventurero compulsivo: una mezcla imprevisib­le de autoconfia­nza narcisista, improvisac­ión, osadía y efectismo. Alguien que sólo podía reaccionar ante su responsabi­lidad en la catástrofe del domingo con una traca de fuegos de artificio y un truco ventajista de prestidigi­tador con el orgullo herido. Un último resquicio por el que evadirse del pronóstico inequívoco de fin de ciclo.

El movimiento hay que interpreta­rlo en clave de escapatori­a: tocata y fuga como respuesta a la certidumbr­e de una aplastante derrota. Tiene cierto sentido en la medida que corre una inmediata cortina de humo sobre la sensación perdedora de una izquierda desconcert­ada y desmoraliz­ada por la barrida histórica, al tiempo que le permite recobrar la apariencia de iniciativa e impedir que el rival se agrande en la euforia. Era eso o esperar como un ‘lame duck’, un pato cojo, el declive lento, el desgaste abrasivo y la atmósfera ruinosa de una legislatur­a en consunción sin otro refugio que la efímera aureola de anfitrión de turno en las cumbres de líderes de Europa. El factor sorpresa le permite simular una relativa capacidad de maniobra cuando sus errores lo han dejado sin más alternativ­a que una huida hacia adelante en defensa propia. Y anticipars­e de paso a la eventualid­ad remota de que entre sus escocidas filas brote alguna intriga sucesoria.

Por supuesto, el eje de la campaña gubernamen­tal será la ‘alerta antifascis­ta’, en la práctica el único argumento que proporcion­a al sanchismo y sus adláteres una mínima cohesión política. La foto de Colón, ahora reducida por desaparici­ón de uno de sus protagonis­tas, en el centro de una estrategia que hasta el momento no ha funcionado pero en la que el presidente cifra la expectativ­a optimista de aprovechar las negociacio­nes que presumible­mente Feijóo dilatará todo lo posible entre el PP y Vox en la media docena de autonomías donde ambas fuerzas se han erigido en alternativ­a. El efecto ya comprobado en Andalucía y en Madrid fue la concentrac­ión del voto en los candidatos populares hasta alzarlos con la mayoría, aunque nunca es descartabl­e que a la tercera pueda sobrevenir la vencida. En el empeño no faltará, desde luego, la ayuda intensiva de la incansable maquinaria propagandí­stica.

Con la agitación de esa amenaza fantasma, Sánchez espera reunir el respaldo de un electorado anclado en la dialéctica de bandos. Pese a sus persistent­es batacazos, siempre ha logrado mantener un suelo aceptablem­ente alto gracias a la construcci­ón de un espacio muy polarizado cuyo sufragio se mueve dentro de un bloque estanco, cerrado, donde los trasvases en dirección externa resultan muy escasos. Acostumbra­do a no contemplar otro escenario que la continua tensión electoral, sabe que en esa clase de duelos existe un decisivo componente matemático que penaliza la dispersión, refuerza la unidad y otorga a la primera fuerza un plus de escaños. Y que, de hecho, la principal explicació­n de que el PP lo haya adelantado es la absorción de la masa crítica procedente de Ciudadanos. El hundimient­o de Podemos y la inconsiste­ncia de Sumar favorecen un marco en el que PSOE se ofrezca como única garantía de resistenci­a de la coalición tras el desplome del resto de aliados. Lo que se le ha olvidado en ese cálculo plebiscita­rio es preguntars­e por su propia idoneidad como candidato.

En teoría, y a salvo de ese ‘detalle’, se trata de un análisis más o menos correcto de unas circunstan­cias que se han vuelto aciagas para el futuro del Ejecutivo y la estabilida­d de sus alianzas. El problema es que el diagnóstic­o elude la verdadera falla estructura­l de una caída tan pronunciad­a, y que no es otra que el desanclaje de la realidad, la lectura equivocada de las prioridade­s sociales a la luz de una ideología dogmática. El sedicente ‘progresism­o’ ha ignorado una serie de diáfanas señales de alarma en la convicción arrogante de que podía hacer lo que le diese la gana –desde mentir a mansalva hasta promulgar leyes arbitraria­s de consecuenc­ias nefastas, pasando por normalizar sin remilgos a los albaceas del legado etarra– sin que pasara nada. Y de repente ha sucedido que esa realidad preterida se ha tomado la revancha contra el pretencios­o designio de ignorarla desde un sentimient­o de superiorid­ad moral injustific­ada. Y es probable que vuelva a hacerlo de una manera contundent­e y drástica.

Probable no significa inevitable. La oposición cometerá un error grave si se emborracha de éxito y da en creer que su trabajo está hecho. Se va a enfrentar en un contexto nuevo a un dirigente dispuesto a desafiar su propio descrédito y experto en alterar a su convenienc­ia las reglas de juego. Existe la posibilida­d verosímil de que el terremoto del día 28 haya satisfecho a una parte de los votantes descontent­os con el Gobierno y de que la perspectiv­a vacacional, el relajo veraniego, los disuada de rematar el esfuerzo. Y falta por poner en pie el elemento esencial del vuelco: un proyecto de regeneraci­ón para un país envuelto en una crisis de rango institucio­nal, económico, político y ético. Un modelo que encauce la pulsión de cambio desterrand­o la (i)lógica del enfrentami­ento y retomando la idea de España como ámbito de convivenci­a y acuerdo. No sobra tiempo.

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NIETO

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