No hay que echarlos
Si el PP centra su ofensiva en Sánchez, la izquierda deslegitima a toda la derecha
DESDE que en 2003, treinta años ya de tradición artesana, Aznar acuñó con su «Váyase, señor González» la palanca del nuevo turnismo parlamentario, el Partido Popular no ha dejado de personalizar en el presidente del Gobierno saliente, valga la redundancia, todos los males que en beneficio de la nación había que extirpar. Los sucesivos jefes del Ejecutivo que procedían de la factoría de ideas y liderazgos de Ferraz han sufrido la misma ofensiva, siempre personal y personalizada por un PP que en las últimas tres décadas y de forma sistemática se ha empeñado en identificar el tumor, la manzana podrida y el paciente cero de la epidemia en la persona de quien presidía el Consejo de Ministros. Microcirugía política. Estado de alarma. Después de echar a González, los populares satanizaron a Zapatero y más adelante, en esas estamos, criminalizaron a Sánchez. Que el 23 de julio lo vote Txapote.
Esta estrategia de señalamiento público y obsesivo, previsible por recurrente en el cuartel de Génova, podría ser interpretada como la expresión de una manía de naturaleza psiquiátrica, de un desvarío relacionado con la intolerancia, de un trastorno que transforma el bipartidismo en bipolaridad, de un brote psicótico incompatible con la legitimidad parlamentaria. No es así. Muy al contrario, al focalizar su denuncia en quien dirige el Ejecutivo y somete a Ferraz a su manual de resistencia, sin generalizar, el Partido Popular ha proporcionado al Partido Socialista una vía de escape y supervivencia. Muerto el perro, se acabó la rabia. El médico de su honra o el veterinario que administra el veneno de la muerte digna.
En este medio siglo de democracia, el Partido Socialista ha actuado en sentido contrario. Siempre ha habido gente que le ha pintado colmillos y cuernos a Aznar, que ya traía un bigote de serie, pero las campañas de descrédito de la izquierda, incluso de exterminio del rival, nunca han distinguido entre la parte y el todo, hasta demonizar a la derecha en su conjunto. Si personalizar resulta infantil, generalizar es de una madurez, mal llevada, que da miedo.
—«En atención a esos diez, no la destruiré», respondió el Señor a Abraham, que trataba de localizar a diez hombres justos en Sodoma para evitar su destrucción. Sodoma es la sede de Génova para el dios de Ferraz. Está escrito.
Esa ha sido, desde los tiempos de González, el de la rehala de los dóberman, bienestar animal de colmillo y mala baba, la praxis del Partido Socialista y de la izquierda surgida en su entorno. Nunca ha dado al PP la opción regenerarse a través de un cambio en su dirección y de un proceso de renovación de su cuadro de mandos, catarsis para todos, que dijo Guerra, sino que ha insistido en presentar a la derecha –ahora política, mediática, judicial y empresarial– como un mal absoluto que, incapaz de rehabilitarse, había que sacar del juego democrático a través de cordones sanitarios y confinamientos inconstitucionales.
En este breve resumen de nuestra reciente historia política se acumulan los ismos: felipismo, zapaterismo, sanchismo, todos muy personales y procedentes del mismo bando. Al otro lado, este sufijo ha sido un arma cargada de generalización: franquismo, fascismo. Memoria democrática.