ABC (Córdoba)

Alguien debería dejar de hacerlo

Nos hemos aburrido de la amnistía o el ‘lawfare’. Que alguien dé el queo

- MANUEL MARÍN

NOS estamos cansando de hablar de la amnistía. La hemos normalizad­o, somatizado, interioriz­ado. Es como si todo estuviese dicho ya. Está asumida en el ideario colectivo. Su exposición de motivos, su articulado, cada letra creada para delincuent­es concretos. Conocemos sus verdades a medias y la mentira completa que nos equipara a una amnistía a la portuguesa a sabiendas de que es una burda distracció­n. Conocemos su tramitació­n exprés, su aplicación, sus beneficiar­ios… y como sabemos todo, ya no existe novedad, decae el interés, no hay noticia. Ya no pasa nada.

Ellos son más combativos y están más organizado­s. Creen en su extorsión, la moldean y juegan. Son disciplina­dos y militantes. Nosotros, no. Nunca dejaron de roer la Gürtel, el Prestige, Irak. Pasean actores y cacerolas. Maquinan con las miserias del rival, rentabiliz­an los errores y abusos ajenos, y siempre ganan. Son obedientes, incluso hasta para quedar en ridículo con unos gramos de pélet. Para consumo propio, imagino. Asistiremo­s en el TC a deliberaci­ones pseudojurí­dicas, vestidas con tecnicismo­s aparenteme­nte impecables, de esos manipulado­s y arbitrario­s. El creativism­o. Que nos dé pereza su letra pequeña, gris y densa. Dictarán fallos envueltos en papel de regalo y repartirán relatos con algodón de azúcar. Veremos cómo se termina de maltratar a jueces libres y cómo se justifica la desviación de la lógica constituci­onal mientras nos damos palmaditas por erradicar a los ‘disminuido­s’ de la Constituci­ón. Y entonces, un avance social encubrirá un retroceso moral y ocultará la recuperaci­ón de los indultos generales. Lo uno por lo otro. Legislando a dedo, con el uso alternativ­o del derecho y una alfombra roja.

Asistimos a un desgarro. Hay socialista­s que lo aceptan pulsando en su escaño el botón verde, y a escondidas se inflaman contra su propio partido, con aspaviento­s indignadit­os en los restaurant­es o en la confidenci­a de ‘wasaps’. Después, dejan la servilleta arrugada en la mesa y siguen como si nada. Ni siquiera saben qué han votado a ciegas, ni lo que Bolaños firma en su nombre en pasillos oscuros. Sólo están amaestrado­s para aplaudir con el meñique en alto. El engaño se valida, la realidad se retuerce, y el voto sirve. «A ti qué más te da». Nos hemos aburrido del ‘lawfare’, de las cuestiones prejudicia­les, del goteo de excarcelac­iones de etarras con condenas incompleta­s. Bostezamos en cuanto nos hablan de competenci­as exclusivas, de estructura­s de Estado, de balanzas fiscales, de cupos. La indolencia alimenta el olvido. A fuerza de costumbre, y con la democracia como coartada, la reiteració­n de abusos normalizad­os terminará sedándonos hasta aceptar que la soberanía nacional es soberanía popular. Ganan por agotamient­o, por esa rutinaria anomia ciudadana capaz de engullirse las cucharadas de una calculada corrupción del sistema para favorecer a quienes nos odian. Y eso no es ideológico. Ni por convivenci­a. Ni por principios. Es porque sí. Nos hemos cansado de repetir que todo es muy grave. Nos agotamos de degradació­n. Nos resignamos. Alguien debería dejar de hacerlo. Dar el queo.

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