El ruido y la furia
El Madrid ganó con otro gol salvador de un defensa en el tiempo de descuento. Esta vez fue Carvajal. Como en Riad. Buena temporada para los centrales y carrileros blancos, mala para los cardiólogos de los aficionados madridistas.
Fue un partido perfecto, eso sí, para los detractores del VAR, con revisiones endiabladas, zonas grises, parones continuos y un descuento descomunal (si el tiempo añadido supone hasta casi un 30% de una parte es que algo no se está haciendo demasiado bien). El Real Madrid acabó reinando en la locura de un partido que traerá cola durante los próximos días en los que se avecinan teorías de la conspiración, escuchas del VAR y todo un país dividido. Parece un plan ideado por Villarejo. O por Tebas.
Kepa y Tchouaméni no despejaron las dudas que se han ido cerniendo alrededor de ellos en los últimos días. A ambos jugadores se les pide algo más, un cambio de marcha, más actitud (cajón de sastre en el que se meten todas las cosas que se nos escapan). Pero es así: son dos buenos jugadores que, por razones un tanto inasibles, no terminan de enamorar al público, bien por algunas desconexiones puntuales, bien por cierta apatía, bien por la añoranza y la sombra alargada de sus predecesores (Courtois, Casemiro). De Tchouaméni siempre se alaba su papel en el Madrid la temporada pasada hasta después del Mundial, cuando su rendimiento bajó y se terminó cayendo del once. Ahora vuelve a estar en entredicho tras salir de una lesión que le cortó el ritmo en su mejor momento. Enero parece que es su kriptonita.
Sorprendió la tardanza en salir al campo de Camavinga, que en este tipo de partidos en los que toca remontar tiene el mismo efecto que el pinchazo de adrenalina que le inyectaban a Uma Thurman en ‘Pulp Fiction’. Pensábamos en el campo que saldría por Mendy al descanso para jugar en el lateral izquierdo, pero el elegido finalmente fue un Fran García que cumplió pese a cierta inactividad. Es posible que el centrocampista francés acabara tocado físicamente contra el Atlético de Madrid y Ancelotti quisiera ser prudente con su revulsivo favorito hasta el momento en el que las campanas empezaron a tocar a rebato.
Quien probablemente acabase tocado, con una herida de bala y dos cornadas de tres trayectorias fue Jude Bellingham, que estuvo en todas partes, tapando fugas, achicando agua y remando para sacar a flote al equipo cuando más zozobraba la nave. La conexión que tiene con el Bernabéu roza lo místico. Tiene entrega y tiene calidad, conjunción cósmica de las dos cualidades que más ha valorado siempre el público de Chamartín. Deja recortes y recuperaciones, goles y barro. Hacía mucho que un futbolista no caía tan de pie en el equipo. Y aunque este amor ya es periódico de ayer, como decía Héctor Lavoe, no por ello deja de resultar impresionante. Fue su enésimo recital, un partido completísimo del inglés (tal es su estado de gracia que hasta le pitaron a su favor un ligero manotazo de un rival que salvó al equipo de un gol del Almería). Tiene ya hasta ese respeto arbitral del jugador veterano y noble que no protesta y no trata de engañar. Ahora vendrá el ruido y la furia. Pónganse a cubierto.