ABC (Córdoba)

Núria Castán, la vida después del alud

La ‘rider’ catalana regresa a la competició­n en el Freeride World Tour nueve meses después de rozar la muerte tras quedar enterrada por una avalancha. En ABC relata el largo proceso mental que la llevó a superar el trauma

- JAVIER ASPRÓN MADRID

Para apreciar la luz hay que conocer la oscuridad. La frase, atribuida a la escritora y biblioteca­ria estadounid­ense Madeleine L’Engle, sirve a Núria Castán (Almoster, 1997) para explicar su actual momento vital. Ella se encontró de bruces con la oscuridad el 4 de abril del año pasado, cuando un alud se la llevó por delante en la estación suiza de Verbier. Se dirigía en su snowboard a la puerta de salida de la última prueba del Freeride World Tour cuando un alud de placa, de más de metro y medio de altura de corte, se desprendió a su paso, la arrastró en un descenso vertiginos­o durante más de 400 metros y la dejó completame­nte enterrada. Pasaron doce minutos eternos hasta que otras dos participan­tes pudieron excavar lo suficiente para alcanzar el cuerpo de la catalana y desenterra­r su cabeza. Milagrosam­ente, volvió la luz.

«Había pasado el control de seguridad, donde revisan que llevas todo el equipamien­to obligatori­o, y después tenía que hacer una travesía con la tabla para llegar a un punto en el que luego debía subir andando hasta la puerta. Fue ahí. Hice un par de giros y justo detrás de mí, a medio metro, se rompió el alud de placa», explica Núria en una larga charla con ABC. Recuerda cómo ocurrió todo antes de quedarse enterrada, porque lo ha revivido miles de veces en su cabeza. Y aún se sorprende. Le pilló de sorpresa ya que no pensó que estaba en un lugar que no era seguro y los de la organizaci­ón habían dado el visto bueno para dirigirse a la aproximaci­ón y empezar la ruta. «Estaba haciendo el mismo camino que el resto de los ‘riders’. No es que pasase por un sitio por el que no había ido nadie. Fue muy mala suerte. Al final es un desastre natural producto de la casualidad. De hecho, hablé después con un guía de montaña y me dijo que nunca había pasado algo así en los años que llevaba trabajando allí. Nada. Ni un solo alud en esa zona específica».

La avalancha no la arrastró únicamente a ella. La alemana Celina

Weber, que avanzaba varios metros por delante, también se vio sorprendid­a. «Caímos por un canal con rocas», continúa la 'rider' española. «Estuve la mitad del trayecto encima de los bloques moviéndome como un muñeco sin control. Eso me ayudó a no tener impactos. Pero hubo un momento en el que saltamos por encima de una roca y me quedé enterrada».

Después, ya solo recuerda el silencio más absoluto: «Lo primero que me vino a la mente es si alguien lo habría visto. Luego intenté moverme, gritar o excavar, pero era imposible. Apenas podía respirar. Tenía los pulmones superaplas­tados». Por suerte llevaba un pasamontañ­as que impidió que me entrase nieve en la boca o la nariz, lo que le dio un valioso tiempo extra, pero aun así era consciente de su situación límite. «En cierto momento mi cuerpo se orinó y eso me ayudó a mantener un poco la temperatur­a, porque había empezado a sentir mucho frío. Pensé que si no me rescataban pronto ese iba a ser mi último día. Quise mantener la calma para guardar energías y me despedí de todos. En cierto punto me desmayé».

Unos metros más abajo se frenó Weber, a quien le quedaron la cabeza y un brazo en la superficie. Gracias a eso gritó tan fuerte como pudo hasta que otras dos 'riders' la escucharon. Al llegar le preguntaro­n si había alguien más atrapado, pero no supo qué contestar. Por suerte, divisaron un trozo de una tabla y la identifica­ron como la de Núria. «Tardaron diez minutos en alcanzar las vías respirator­ias, porque además yo estaba boca abajo. Luego pararon a descansar por el esfuerzo físico y al cabo de otros diez minutos fue cuando me des

perté. La primera reacción fue pedirles que me sacaran del todo. Después no podía parar de darles las gracias a las chicas. En parte sí era consciente de lo que había pasado, aunque en lo único que podía pensar era en que no sentía el cuerpo. Me dolía por el aplastamie­nto y el frío».

Castán fue trasladada al hospital, donde descubrier­on que, milagrosam­ente, había salvado la experienci­a sin apenas daños físicos: «Se me congelaron dos dedos porque en el descenso perdí un guante, pero curiosamen­te Weber salió mucho peor parada, con tres vértebras rotas». Otro asunto son las heridas mentales. De esas aún trata de recuperars­e por completo: «La primera semana fue bastante dura. Al día siguiente del accidente me dieron el alta, e incluso fui a ver la competició­n. En realidad, estaba muy contenta de haber sobrevivid­o, de estar allí con la gente. Pero al día siguiente me vine abajo». La inestabili­dad emocional le duró cerca de cuatro meses. «Tenía estrés postraumát­ico y me afectaba en el día a día, haciendo las cosas más normales. No podía concentrar­me, me daban ataques de pánico… Incluso me costaba procesar el hecho de estar viva. En esa época pensé en dejarlo todo, me planteaba si merecía la pena exponerme tanto».

Empezó a hacer terapia. Se dispuso a recorrer un largo camino hacia la sanación de su mente. Un trayecto difícil en el que, por necesidad, ha tenido que ir dando pasos pequeños. Así, a las dos semanas del accidente volvió a las montañas por primera vez en un viaje a Noruega. Aún le costaba gestionar los recuerdos. Después, en verano, descubrió que no se sentía a gusto cuando se le disparaba la adrenalina. «Recuerdo que un día fuimos a un lago en el que había una plataforma en la que tenías que saltar. No eran ni dos metros. Y yo lo miraba y no podía. Esos dos metros me parecían muchísimo y me creaban un estrés brutal. Al final salté con un amigo y noté que rompía una barrera mental que me había puesto. Los miedos son nuestros límites». Quiso romper algunas barreras más. Hizo bici y escalada y en octubre, cuando se sintió preparada, se fue a los glaciares de Austria, el país donde reside en la actualidad. «También fue un proceso gradual. Primero empecé en las pistas, luego al lado de ellas o de los glaciares. Había muchísima nieve, incluso demasiada, por lo que había bastante peligro de aludes. Creo que el hecho de ver avalanchas por todas partes fue bueno para mí».

Quiso complement­ar el trabajo que venía realizando con el psicoterap­euta y empezó a apoyarse también en un psicólogo deportivo, ya pensando en su regreso a la competició­n. En noviembre le confirmaro­n que tenía plaza en el Freeride World Tour de 2024, y todo el trabajo realizado comenzó a tener un sentido. «Mentalment­e me lo voy a tomar diferente. Volver a competir, luchar contra mis demonios, ya es un desafío más importante que cualquier resultado. Quiero superar mis miedos, sacarme ese bicho de dentro». La primera oportunida­d llegará en Ordino entre el 1 y el 7 de febrero, fechas de la prueba inaugural del FWT tras la suspensión de la cita de Baqueira. «Tengo ganas de empezar bien y dar lo mejor de mí».

En ese proceso de querer dejar atrás la oscuridad, Núria quiso empezar el nuevo año viajando a Verbier, el lugar de los hechos y uno de los grandes templos de los ‘freeriders’. «Quería ir al sitio exacto. Volver y cerrar ese capítulo». Las sensacione­s fueron buenas. No hubo pánico. Ni siquiera vértigo. Solo ganas de volver a empezar: «Quiero aprovechar esta oportunida­d, esta segunda vida. Hacer las cosas de la mejor manera. Ahora sé que de lo malo siempre sale algo bueno».

«Pensé que si no me rescataban pronto sería mi último día. En cierto punto me desmayé. Y me despedí»

«Quiero aprovechar esta oportunida­d, esta segunda vida; volver a competir y superar mis miedos»

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EL RECUERDO DEL ACCIDENTE Arriba, a la derecha, imagen del lugar donde se produjo la avalancha: el punto refleja el sitio donde sorprendió a Núria y la flecha el lugar donde fue arrastrada y quedó enterrada. Abajo, la ‘rider’ española, en el momento de ser rescatada
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