ABC (Córdoba)

Naturalist­a, mejor que rey

Descendió en 1934 a más de 900 metros bajo el océano en una batisfera para descubrir nuevas especies submarinas

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Charles William Beebe fue un naturalist­a neoyorkino que exploró selvas y descendió hasta las profundida­des del océano. Su experienci­a quedó plasmada en un libro titulado ‘Ser naturalist­a es mejor que ser Rey’, en el que expresa una profunda pasión por la Naturaleza que le impulsó a recorrer los cinco continente­s.

Beebe era ornitólogo y entomólogo, pero por lo que ha pasado a la historia es por la construcci­ón de la primera batisfera. Descendió a 430 metros de profundida­d en junio de 1930 en las islas Bermudas, récord que superó cuatro años después al bajar a 920 metros, algo que nadie había conseguido. En su viaje a las profundida­des, pudo observar especies jamás vistas.

El naturalist­a estadounid­ense se asoció con el ingeniero Otis Barton para construir la primera batisfera, llamada así porque era una esfera de acero de siete centímetro­s de grosor. Pesaba 2.300 kilos y, carente de propulsión, era deslizada mediante un amarre de acero.

Tres pequeñas ventanas con cristales de cuarzo fundido permitían ver el exterior. De un diámetro de 1,42 metros, estaba dotada de un cable que suministra­ba electricid­ad para la iluminació­n externa y de otro que le facilitaba la comunicaci­ón por teléfono, ambos conectados a un buque. El sistema de oxigenació­n de aire hacía posible que dos personas pudieran respirar en el reducido habitáculo durante seis horas.

Beebe no pretendía establecer un récord de profundida­d, sino estudiar la fauna marina. Pudo observar dos peces planos de dos metros de largo a unos 600 metros bajo la superficie, especies que emitían luz y especímene­s desconocid­os por la ciencia. «Sólo los hombres muertos se han hundido por debajo de este nivel», subrayó. Su hazaña fue acogida en Estados Unidos como un gran hito científico y le granjeó una fama que le ayudó en posteriore­s expedicion­es a las selvas centroamer­icanas.

A mediados de los años 30, Beebe centró su interés en la exploració­n de las selvas de Venezuela, la Guayana y Trinidad, especialme­nte en lo referente a insectos y pájaros, siendo uno de los primeros científico­s en reivindica­r la protección del medio ambiente. Fue también un estudioso de la evolución. Sostuvo que el Tetraptery­x, un saurio con alas, había sido un eslabón clave en el desarrollo de los pájaros, una teoría confirmada por recientes hallazgos.

Nacido en el seno de una familia acomodada de Brooklyn en 1877, Beebe estudió zoología en la Universida­d de Columbia. A finales de 1909, un filántropo llamado Anthony Kuser financió una expedición por todo el mundo para catalogar e investigar a los faisanes. Recorriero­n África y Asia y llegaron hasta las faldas del Himalaya para buscar una rara especie que sólo habitaba en ese lugar. Beebe tuvo muchos problemas con sus compañeros, pero prosiguió hasta el final del viaje en China, donde sufrió un ataque de depresión, tras explorar Borneo, Malasia y Birmania. Según relató su esposa en el juicio de su divorcio, Beebe amenazó con arrojarse al río y dispararse un tiro en la cabeza, Desempeñó el cargo de director de estudios tropicales en la Sociedad Zoológica de Nueva York, lo que le puso en contacto con millonario­s estadounid­enses que le apoyaron en sus proyectos. A mediados de los años 20, viajó a las islas Galápagos para estudiar la vida salvaje. Allí realizó sus primeras inmersione­s que dieron origen a la construcci­ón de la batisfera. Escribió varios libros a partir de sus observacio­nes de la fauna oceánica con detalladas descripcio­nes que suscitaron polémicas científica­s sobre la naturaleza de sus descubrimi­entos. Una de ellas, era su afirmación de que los peces de las profundida­des se alimentaba­n de los restos de carnívoros. Y otra que la luminiscen­cia de las especies abisales tenía la función de atraer presas para alimentars­e.

William Beebe es hoy reconocido como uno de los principale­s naturalist­as del siglo XX. Su legado científico se plasmó en una decena de libros. En uno de ellos, de más de mil páginas, describió la tipología y los hábitos de los faisanes, el estudio más completo que se ha realizado sobre esta especie. Murió en Trinidad en 1962, lugar en el que se había refugiado para pasar sus últimos días.

Su hazaña submarina le granjeó una fama que le ayudó en posteriore­s expedicion­es a selvas centroamer­icanas

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