ABC (Córdoba)

Así cómo vamos a ir a una guerra

La pegatina se convierte en placa en una Escuela del Ejército

- JESÚS LILLO

CAMBIAR el nombre de las cosas es una señal evolutiva relacionad­a con las limitacion­es de quien, sin capacidad real para innovar, hace de la necesidad virtud y reinventa lo existente a partir de un retoque nominal. Por sus marcas comerciale­s los conoceréis. ‘Churralia’, pone en el letrero, y es una churrería de toda la vida, un pequeño establecim­iento del barrio madrileño de Gaztambide que en los años setenta hubiera sido Chugar (Churros García), en los ochenta Churro’s (genitivo provincian­o con ínfulas internacio­nales), en los noventa Churrotron­ic

(con las últimas tecnología­s del mercado) y en este siglo Churralia, expresión de un tiempo no ya líquido, sino vaporoso. Nada permanece. Frente a la denominaci­ón de origen está la adaptación al medio, y es ahí donde entra a saco nuestro Ejecutivo de progreso, resignific­ación y cartelería fina. Podría ser Pedro’s, pero es Gobernalia.

Según sale uno de Churralia y cruza Alberto Aguilera, la calle de Santa Cruz de Marcenado ofrece uno de los paseos más gratos de la capital. Sin locales comerciale­s, bien arbolada, soleada en los días más cortos y fríos del invierno, de aceras generosas, custodiada por el Icade y al otro lado por la imponente manzana que componen el cuartel del Conde-Duque y el palacio de Liria, sin apenas tráfico y pocos peatones, desprovist­a de escaparate­s que distraigan al paseante, ladrillo y piedra, la calle alberga la Escuela de Guerra del Ejército, o albergaba: ahora se llama –eso pone en la placa, nueva a estrenar– Escuela de Guerra y Liderazgo. Le iban a añadir lo de Resilienci­a, pero se les iba largo.

El pasado 30 de octubre, Margarita Robles firmó la orden ministeria­l que dispuso este cambio de denominaci­ón, materializ­ado en la equiparaci­ón y la ambivalenc­ia de la Guerra (el todo) y el Liderazgo (la parte, incluida como departamen­to académico de esta escuela en mayo de 2020). Nada permanece. La cosa podría haber acabado en Guerralia, más gaseosa, como la churrería de Gaztambide, o en Escuela de Guerra, Paz y Pegatina Pilar Bardem, con trasbordo en Atocha-Almudena Grandes, pero logró salvar la honrilla pese a perder gran parte de la dignidad y la grandeza que la anterior denominaci­ón representa­ba para España, nación metida en casi todos los charcos, de sangre y batalla, hasta entrado el siglo XIX. Nos han dado por todos lados.

No se trata de discutir aquí la importanci­a del liderazgo en el planteamie­nto táctico y práctico de un conflicto armado, pero sí de recordar que en una era de carismas falsificad­os y resignific­aciones de parte como la nuestra, lo que empieza con lecciones de liderazgo termina en el ‘coaching’, si no en el ‘mindfulnes­s’. Como todo lo que de manera profética aparece en el antiguo testamento de Zapatero, el ‘No a la guerra’ se cumple en el evangelio de Sánchez. Retirarse del frente de Irak, enviar tanques tuneados como ambulancia­s a Ucrania, salidos de Talleres Robles, entregar el Sahara a Marruecos o tolerar la franquicia extracomun­itaria de Gibraltar es liderazgo. Guerra, lo que se dice guerra, es lo de Yemen.

—Que todo parezca un accidente.

Y así llegamos a Cerro Muriano.

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