ABC (Córdoba)

La estafa amorosa

La estafa sobreviene cuando el ‘homo oeconomicu­s’ de Marx tumba en el tatami al ‘homo sexualis’ de Freud

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL trágico suceso (tres cadáveres en el escenario) de una estafa amorosa lleva al periodismo culto a situar a Madame Bovary en la vega del Tajuña, con lo cual una de dos: o leemos más o Flaubert o viajamos más a la vega del Tajuña. Estamos, pues, ante un «dilema cornudo», como el de Cela en la primera edición de ‘La familia de Pascual Duarte’, donde Pascual toma el tren en Trujillo, y en Trujillo no hay tren.

—La solución era poner tren en Trujillo o poner a Pascual en Don Benito, claro– dirá Cela, quien, no siendo una Grandes (Almudena), tampoco podía esperar a que el socialismo le pusiera el tren en Trujillo, y optó por poner en Don Benito a Pascual.

El periodismo culto sostiene con arpegios pajaroideo­s que «el porte distinguid­o, la elegancia innata y la sensualida­d» dotan a esos hombres que enamoran a las Bovary de «todo lo que les faltaba a sus maridos». Pero el amante de la estafa amorosa en la vega del Tajuña se escondía en Facebook tras una foto del apuesto general norteameri­cano Wesley Clark, halconazo de la OTAN de Solana que bombardeó Yugoslavia y en su día candidato demócrata a la Casa Blanca con el apoyo del popular Michael Moore, muy utilizado, al parecer (el general, no el payaso) en estos juegos del toque. Para estas cosas del amor, en tiempos de los romanos, que son los que hubiera querido vivir el Beni de Cádiz, el bello Clark sería Marco Antonio. «¡La democracia es el amor!» era el grito de Barras, el rey del Directorio.

La estafa amorosa forma parte de la ‘neocracia’ sexual que viene estudiando Dalmacio Negro, una democracia basada en el intercambi­o sexual sin recato y sin límites y que es común a todas las modalidade­s neocrática­s: «Democracia que es una de las causas principale­s de la crisis religiosa, y en consecuenc­ia de la crisis moral, estética, económica, política, social, intelectua­l, judicial, de Occidente».

—¡Cuántas ganas tienen los jóvenes de hacer el amor!– se reía el mejicano Juan Soriano. Pero después no quieren reconocer que eso sólo consiste en darse panzazos en la oscuridad.

La prueba de que el amor está sobrevalor­ado es que suele ser una estafa, como a su modo bien prevenía Cabeza Bolo: «Si ves a los punkis pasar/ Kon su vómito sozial/ No te enamores, tonta del aba».

Claro que, como dice Rubio Esteban, el amor verdaderam­ente gustoso es el que rompe el orden y las normas del amor en sociedad: en esa quiebra o ruptura de lo ‘decente’ está el placer de su lectura o de su locura, en el caso de que sea ‘real’.

—Pasifae amaba al toro blanco enviado por Neptuno, Fedra amaba al hijo de su marido, Esmirna amaba a su padre Cíniras, Edipo a su madre Yocasta, la joven Nausícaa se enamora del viejo Ulises, el cíclope Polifemo se enamora de Galatea…

El romanticis­mo nos acostumbró al ‘amor imposible’, que es el que hace posible la estafa, que sobreviene cuando el ‘homo oeconomicu­s’ de Marx tumba en el tatami al ‘homo sexualis’ de Freud.

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