Ministros de usar y tirar
Todos los ministros son inferiores al divino Sánchez
TODOS los ministros del divino Sánchez poseen en grado eminente las cualidades del ser genéticamente subalterno: son obedientes y aduladores. De lo contrario, el César no los hubiera elegido. Destaca el pretencioso Bolaños, con su aire gris de oficinista con trienios. Ese hombre ha nacido para amenizarle los cumpleaños al jefe con una cítara. En estos cinco años imperiales apenas hubo algún tímido carraspeo de libertad ministerial, nada que tuviera que ver con la independencia de criterio. Pero el cargo público y las prebendas acabaron imponiéndose a la dignidad privada y los principios. No digamos a la ideología, ese pretexto de los cínicos para alcanzar el poder. Y ahí se las den todas a Yolanda Díaz, que vive mucho mejor que los obreros a los que tanto ama. A ver si va a resultar que comunismo es desigualdad, y hemos estado haciendo el canelo marxista-leninista desde que empezó la revolución. Todos los ministros son inferiores al divino Sánchez, sobre todo María Jesús Montero, que por su torpeza especializada ha sufrido un ascenso. Y eso sí tiene mérito, porque el César no es precisamente Pericles o Winston
Churchill. Sánchez es el primero en una sociedad de segundos. Para un hombre sin escrúpulos no ha resultado difícil imponerse a la mediocridad de la España moderna. Un pueblo amansado, consecuencia de un sistema educativo podrido desde sus orígenes mismos en la venerada Transición. En tal ambiente ha crecido esa florecilla amnistiadora que se llama Pedro Sánchez. Él es la prueba de que una democracia es una dictadura reprimida por la separación de poderes. Pero su tendencia natural es a salirse de madre. La oposición, la pobre, no hace ni lo que puede. Aunque lo hace con énfasis. A uno no le entusiasma el pobrecito hablador del PP, cordialmente bilingüista, pero nada más. Y deseo con todas mis fuerzas que el tiempo se encargue de reprocharme mi falta de visión política. Sería una buena señal para España. Sospecha uno, que no sabe de esto, que Sánchez se siente más cómodo con Núñez que con Puigdemont. Y eso es una mala señal para España. Por el momento, Núñez Feijóo hace declaraciones y Puigdemont hace leyes. Las cosas cambiarán cuando se inviertan los papeles. Abascal sigue en el gimnasio. Calentando.
Sin entender que la política es el arte de gobernar a los pueblos con la palabra, el César ha dispuesto que sus ministros ataquen a todo el que no sea obediente, mientras él prepara oposiciones a monarca. Como si el insulto no perteneciera a la gloria de la Literatura y la Oratoria, como si no necesitara ingenio y una inteligencia lingüística superior. Una ministra —qué más da quién, si son veintidós cabezas y un solo pensamiento— ha llamado «retardista» a un importante empresario del petróleo. Eso lo dice en una taberna de Córdoba, donde tiene nido la ironía, y le ponen un café doble muy cargado, con una aspirina. ¿Podría repetirme el insulto? Aunque prefiero que me llame simplemente gilipollas. Tiene otro nivel. Estremece pensar qué le dirá esa mujer a su marido cuando se enfada. Deprisista, quizás.