ABC (Córdoba)

Y Cristóbal Colón era catalán

Urtasun es un misionero novel. Se va a desilusion­ar cuando llegue al campamento y note que otros ya pasaron por allí

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

E2012, el Ayuntamien­to de Ibiza aprobó por unanimidad decretar que Cristóbal Colón era ibicenco. Se dio luz verde a «difundir» dicha teoría porque «estaba bien fundada». Como ustedes y yo sabemos, en una democracia nada está por encima de las urnas. Aún no habitábamo­s estos años en los que las leyes incluían multas para quienes dudaran de las realidades aprobadas. Éstas siempre serán verdades, pues como dice nuestro presidente Sánchez la verdad es la realidad o al revés. Me he remontado al pleistocen­o de nuestra neodemocra­cia porque el dato no es baladí: recuerden que los teóricos de los Países Catalanes incluyen a las Baleares en su mapa. No sé si en condición de provincia libre, islas federales o colonia. Pero concluirán conmigo que si unimos A y B, siendo A que Colón es ibicenco y B que Ibiza es catalana, Cristóbal era catalán. (Como este tipo de ejercicios matemático­s son duros de roer, en caso de ansiedad, el Gobierno les facilitará una subida de notas). Había otras teorías, similares, pero no bendecidas por las urnas.

Cinco años después del histórico pleno ibicenco colombino, una parte de Cataluña puso unas urnas ilegalment­e para independiz­arse y ahora los españoles estamos aquí viendo cómo nuestro presidente les pide perdón a los condenados por haberlo hecho. Es la moda del momento: disculpars­e, amnistiar, por lo que se hizo bien. Reinterpre­tar la historia a golpe de votos es una función no prevista de la democracia. ¡Abajo los historiado­res, arriba las urnas!, gritan en las Facultades de Historia, conquistad­as (ay, esa palabra) por las mentes más revolucion­arias de Ciencias Políticas.

La nomenclatu­ra siempre fue premonitor­ia: llamamos ciencia a Políticas pero no a la Historia ni al Derecho. Y así nos va. Las Leyes y la Historia son mera plastilina ante las manos amasadoras de pseudocien­tíficos políticos. El nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha venido a darles nueva forma a los museos. Quiere «superar el marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntri­cas». Urtasun es un misionero novel: ávido de extender su nueva religión, se va a desilusion­ar cuando llegue al campamento y note que otros ya pasaron por allí. Ya verán cuando descubra que los másteres de Historia y Arte ya han debatido el tema o que el Prado lleva años organizand­o exposicion­es como ‘Invitadas’ y ‘En femenino’.

Yo de él aprendería más de su jefe y propondría lo que Sánchez quiere intentar con las mates, pero con los museos. Hacerlos más divertidos. ¿Da votos? No sé, pero da Cultura. ¿Y eso qué es? Claro que igual Sánchez no es su verdadero jefe. Y entonces sí va a ser divertido. Con tanto lío de urnas, perdones y revisiones históricas, no se descarta que cualquier día Urtasun termine mandando al fugado Puigdemont al otro lado del Atlántico a pedir perdón en nombre de Colón, el catalán, por interrumpi­r los sangriento­s sacrificio­s humanos aztecas.

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