Una primera respuesta al programa del Ministerio de Cultura
Finalmente ha llegado la necesidad de una guerra cultural al Gobierno de España mientras leo ‘Mentiras monumentales’ de Robert Bevan. ¿Qué quiere decir descolonizar los museos? ¿Cómo entender que desde ahora en adelante el relato deberá superar las perspectivas de género y etnocentristas? En vano buscaríamos un país moderno donde se pudiera escuchar un equivalente a semejante anuncio oficial, en sede parlamentaria, y sin embargo aquí, no sorprende ya a nadie, aunque escandaliza a los que aún creen que el Estado cultural es una propuesta añeja de los tiempos del canciller Bismarck y quienes lo plantean no han tenido la prudencia de leer a Marc Fumaroli. ¿Podemos pensar que nuestro ilustrado pero confundido ministro quiera incentivar la modernización de los museos a través de unos modelos que se han probado fallidos en otros lugares? Pues sí. En eso se está, en hacer que las salas de exposiciones se parezcan a oficinas de publicidad. Y eso, sin mover un dedo para ajustar errores de bulto en los museos que afectan a la cronología de las obras, al uso indebido de cartelas que informan erróneamente los contenidos o la existencia de espacios que bajo el epígrafe de ‘nacional’ esconden una concepción presentista del pasado que lleva a sostener que una pintura del siglo XII es ejemplarmente lo que la ilusión nacionalista dice de ella. ¿Pero a quién importa el rigor de la historia o la precisión de las obras de arte? Aquí lo primordial es la comunicación, junto a la aceptación de los estudios culturales procedentes de las universidades estadounidenses que, desde la reunión de Chapel Hill en septiembre de 1988, han ido sembrando de dudas sobre su país y lo han extendido como una sombra sobre todas las provincias de su imperio, incluida España. Posturas molestas, poco valoradas, sin embargo, fuera de la geografía del imperio americano, en los otros mundos culturales que, afortunadamente, existen en el planeta, donde las ingeniosas propuestas de deconstrucción del pasado son miradas con desdén. Hay en el fondo de la declaración ministerial un humor negro involuntario que le acerca a esa aldea sobre de la que tanto ironizó Luis García Berlanga. ¿No entienden que esas ideas recuperan los añejos ideales de los komsomol de los tiempos de Andréi Zhdànov? Con varias décadas de retraso nos han metido de soslayo en una guerra cultural que no nos incumbe. Pero así estamos, en el umbral de un modelo de acción cultural a imitación de lo realizado en la década de 1980 con el mismo vertiginoso afán de minar la conciencia de occidente en el campo de la cultura, las artes, la moral, las costumbres y por eso me pregunto ahora, como lo hice entonces: ¿qué frutos se esperan obtener de esta asidua y exclusiva confrontación históricamente superada? ¿Qué puedo decir al respecto? He aquí una primera respuesta: debatir lo que se propone abierta y libremente, pues hoy nadie tiene el deber de obedecer. Es la respuesta de un viejo historiador que ha madurado los combates culturales en un largo silencio de más de treinta años.
Con varias décadas de retraso nos han metido de soslayo en una guerra cultural que no nos incumbe
Hay un humor negro involuntario que acerca a esa aldea sobre la que tanto ironizó Berlanga