ABC (Córdoba)

Con un cañón en la pierna izquierda

Luigi Riva (1944-2024) Gigi Riva llevó al Cagliari a la gloria y sigue siendo todavía el máximo goleador de la selección italiana

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Los mitos nunca mueren. Y Gigi Riva no morirá mientras vivan los aficionado­s que disfrutaro­n de sus goles y de su impresiona­nte tiro con la pierna izquierda que dieron tardes de gloria al Cagliari y a la ‘squadra azzurra’. Su apodo lo dice todo: ‘Rombo di Tuono’, que significa rugido del trueno.

Era la Italia de Fellini, de Mastroiann­i y de Sophia Loren, de las canciones de Gino Paoli, de las trattorias del Trastevere, de los cambalache­s de la Democracia Cristiana y del glamur de la familia Agnelli. Italia era también el Inter, la Juve y Gigi Riva, el mejor delantero de Europa y el jugador que todos hubieran querido tener en sus filas.

Riva fichó por el Cagliari en 1962, cuando tenía 18 años, y ya no se movió del equipo sardo. Jugó 14 temporadas y marcó 164 goles. Y llevó al Cagliari a ganar el ‘scudetto’ en la temporada 1969-70, algo en lo que nadie soñaba hasta su llegada. Nunca quiso abandonar Cerdeña, donde se casó y tuvo dos hijos. La fidelidad a la camiseta le impulsó a rechazar suculentas ofertas de los grandes que siempre quisieron hacerse con sus servicios.

Riva sigue siendo hoy todavía el máximo goleador de la selección italiana con 35 tantos. Vistió sus colores en 42 partidos, siempre con un altísimo rendimient­o. Sus máximos logros con la ‘azurra’ fueron el campeonato de Europa en 1968 y el segundo puesto en el Mundial de 1970 cuando perdió la final con el mejor Brasil de la historia, liderado por Pelé.

Riva formó un tándem memorable con Gianni Rivera, el centrocamp­ista del Milán. Rivera era frío, cerebral, con un toque de balón magistral, mientras que Riva era rapidez, fuerza y coraje con un olfato de gol envidiable. No manejaba la derecha, pero su zurda era un cañón, como la de Puskas.

En la semifinal entre Italia y Alemania de aquel Mundial de 1970, un partido épico, imborrable para todos los que lo vimos, Rivera cogió un balón en el centro del campo y se lo pasó a Domenghini. Éste se lo cedió a Riva, que batió a Maier de tiro cruzado tras una finta con la que desbordó a su defensor. Magia pura de dos grandes futbolista­s. Italia se impuso en la prórroga a una gran Alemania en la que Beckenbaue­r jugó la prórroga con el brazo entablilla­do.

Muchos son los goles que merecería la pena recordar de Riva, pero uno de los mejores es el que le marcó a Iríbar de volea en un amistoso contra España en 1970. Quiso el azar que meses después el Cagliari se enfrentara al Atlético de Madrid en una eliminator­ia de la Copa de Europa. Luis Aragonés marcó tres goles en el Manzanares en el partido de vuelta y los rojiblanco­s eliminaron al Cagliari. Todos los aficionado­s recuerdan aquella noche de gloria en la que Riva, lesionado, no vistió la camiseta. Marcel Domingo, el entrenador atlético, respiró aliviado al constatar su ausencia.

Nacido en una modesta familia de Leggiuno, cerca de Varese, trabajaba en una fábrica de ascensores cuando empezó a jugar en el Legnano, club de la serie C. Allí demostró su talento y fue fichado por el Cagliari,

que pagó una cantidad inusual por un juvenil. No defraudó porque fue máximo goleador del Calcio en las temporadas 1967, 1969 y 1970.

Podría haber llegado más alto si no hubiera sido por las lesiones que le persiguier­on a lo largo de su carrera. Poco antes del Mundial de 1966, se fracturó la pierna en un partido contra Portugal. En 1976, su último año en el Cagliari, se rompió el tendón de la pierna derecha contra el Milan. Ya no se recuperó y, tras permanecer dos años en el dique seco, optó por abandonar el fútbol. En 2005, el conjunto sardo decidió retirar el número 11 con el que siempre vistió la camiseta.

Riva siguió vinculado al deporte del balón con un cargo directivo en el Cagliari y en 1990 se incorporó como manager de la selección italiana, trabajo que desempeñó durante más de dos décadas. Su muerte, a los 79 años, ha generado una profunda conmoción en Italia y un sentimient­o de gratitud. «Fue el mejor delantero de la historia de Italia y uno de los mejores de todos los tiempos», ha dicho Arrigo Sacchi. Andrea Boninsegna, otro jugador mítico, le calificó como «una fuerza de la Naturaleza». Su velocidad, su tiro y su pundonor le han convertido en una leyenda. Con él, se va una época y un mundo que la nostalgia tiñe del color púrpura de un paraíso perdido.

«Fue el mejor delantero de la historia de Italia y uno de los mejores de todos los tiempos», asegura Arrigo Sacchi

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