Txapote y Amaia callan sobre el asesinato del popular Zamarreño
«No voy a participar», se despachan en euskera ambos exjefes de ETA en el juicio
Tienen dos hijos en común, además de un largo y sangriento historial de militancia en ETA que les aupó a puestos de responsabilidad en la jerarquía de una banda terrorista donde, durante un tiempo, la orden fue cazar a políticos del Partido Popular. En su haber está el secuestro y asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco. Él fue condenado también por el de Gregorio Ordóñez. Ambos cumplen en prisiones vascas penas acumuladas a un saldo de 30 años. Y ayer, se sentaban juntos de nuevo en el banquillo de la Audiencia Nacional.
Txapote –Javier García Gaztelu– y Amaia –Iranzu Gallastegui– están acusados del asesinato del concejal del PP en Rentería Manuel Zamarreño en 1998. Misma época y análogo contexto.
Con actitud de estar de paso, reprodujeron lo que en otro tiempo se llamaba juicio de ruptura pero sin aspavientos. Ni siquiera había acordado el tribunal confinarles tras la mampara de seguridad. Ninguno quiso hablar y fue lo único que expresaron, sucesivamente, al desfilar por la silla de declarantes. La intérprete que les tradujo del euskera resumió la contestación al presidente del tribunal, Fernando Andreu, con
una frase: «No voy a participar». «Y no voy a defenderme», añadió él.
Su abogado ni siquiera preguntó a los testigos que fueron desfilando en la breve sesión que se celebró por la mañana y se completará esta semana con la prueba pericial, clave en este juicio para situar a ambos en el lugar y con la oportunidad de cometer el atentado.
Entre ellos sobresalió el relato del ertzaina que escoltaba a Zamarreño aquella mañana de junio cuando decidió hacer un alto en el camino para comprar el pan. En el establecimiento había una mujer joven y una niña, recordó. Cedió el paso a su protegido cuando salió y comenzó a seguirle a distancia prudencial, «cuatro o cinco metros». No habían recorrido ni diez cuando dos kilos de amosal colgados de una moto que según testificó ayer uno de los investigadores, había comprado una mujer con un DNI robado, explotaron a su lado. Al despertar estaba en el suelo, ciego. «Me apoyé en un coche y no me veía. Me palpaba y me faltaban trozos de musculatura en el pecho. Notaba como me caía la sangre por todo el cuerpo», narró.
La hija de Zamarreño estaba en la sala, sin cristal que amortiguase la pose de los dos etarras. «Lo más duro de todo –dijo a la prensa al salir–, sus miradas y sus caras. No se han arrepentido». Puso en valor el «logro» de tenerles en el banquillo. «No sabemos qué va a pasar, pero hemos llegado hasta aquí».