Pedro Page
Emiliano piensa lo mismo que pensaba Sánchez antes de que Puigdemont empezara a pensar por él
LO que no soporta Pedro Sánchez de Emiliano García-Page es oírle decir lo mismo que decía él antes de que Puigdemont lo convirtiera en su títere. Lo mismo que decía el PSOE hasta que la necesidad de mantenerse en el poder hizo de la cesión al chantaje una virtud ponderada por los voceros del partido.
Es tal la velocidad a la que este Gobierno intenta engañarnos, que resulta difícil seguirle. Al principio fueron los indultos, que jamás iban a ser concedidos y se otorgaron sin pestañear junto a la supresión del delito cometido por los indultados. Después el pacto con Bildu, que el presidente negó una y otra vez en campaña, ofendido de que los periodistas insistieran en preguntarle. Pues bien, no solo hubo acuerdo, exhibido en una vergonzosa fotografía, sino que entregó Pamplona al brazo político de ETA, contraviniendo sin pudor alguno la promesa formulada por su candidata en todos los mítines previos a los comicios municipales. El penúltimo ejemplo de esta deriva infamante se refiere a la amnistía, considerada inconstitucional por toda la plana mayor socialista, encabezada por el propio Sánchez, hasta el mismo día de las generales. No cabía en la Carta Magna, aseguraban al unísono. Ni siquiera se planteaba. Tras los encuentros clandestinos mantenidos por los emisarios sanchistas con el prófugo de Waterloo, el discurso dio un primer giro. Podría haber amnistía en aras de fomentar la ‘reconciliación’ y la ‘paz social’, pero se establecerían unas líneas rojas que dejarían fuera de su alcance los delitos de terrorismo. Si ya aquello resultaba infumable, por suponer una quiebra total del Estado de derecho y dejar a los pies de los caballos a los jueces, fiscales, policías y demás funcionarios públicos que cumplieron con su deber de defender la ley vigente de unos sujetos empeñados en quebrantarla, que a día de hoy siguen proclamando su determinación de volver a hacerlo, ahora la línea roja se difumina hasta borrarse. Se establece un terrorismo voluntario frente a otro accidental, parece. Un ataque grave a los derechos humanos contrapuesto a otro leve, se entiende. Y cuando un juez dictamina que ha de considerarse terrorismo golpear a un agente hasta dejarlo incapacitado, en el marco de unos disturbios destinados a subvertir el orden constitucional, instigados a sabiendas de que pueden acabar provocando víctimas mortales, se acusa al togado de prevaricar.
El presidente de Castilla-La Mancha piensa lo mismo que pensaba Sánchez antes de que Puigdemont empezara a pensar por él. Y como se atreve a ejercer de espejo en el que el líder ve reflejadas sus flagrantes contradicciones, sus impúdicos bandazos, su humillación, se ha convertido en el Pepito Grillo a quien es preciso silenciar a toda costa. La cuestión no es que su postura pueda ser compartida por otros socialistas en el futuro. Es que era la postura de todo el socialismo hasta hace nada.