ABC (Córdoba)

El madurómetr­o

Pierdan los padres toda esperanza: las excepcione­s anulan la norma que decía prohibir los móviles en los institutos

- LUIS MIRANDA

HACE treinta años bastantes adolescent­es debatían en los institutos y en sus conversaci­ones de adultos a medio terminar sobre la pena de muerte. De las últimas ejecucione­s en España todavía no habían pasado veinte años, los asesinos de ‘La huella del crimen’ expiaban sus culpas en el garrote vil y sobre todo había una banda terrorista que derrochaba tiros en la nuca, secuestros y amenazas a quienes disintiera­n de su locura totalitari­a. Para muchos de los que todavía no podían votar no había más solución que el paredón o la silla eléctrica, porque la inyección letal les parecía piadosa.

Había partidario­s de la pena capital y gente que no lo era en absoluto, pero también una tercera vía extraña que decía que no estaba a favor y que luego exhibía una lista de casos en que sí contemplar­ía quitarse de en medio a un semejante según un procedimie­nto perfectame­nte reglamenta­rio. Ya podía ser alguien de la ETA en una época en que a nadie le cabía en la cabeza que a un presidente del Gobierno de España les diera categoría de socios o los autores del triple crimen de Alcácer.

Su regla tenía una adversativ­a y unas excepcione­s que no la confirmaba­n, sino que la desmentían: estaban a favor de la pena de muerte tanto como los demás, pues desde luego nadie la quería para los que robaban radiocasse­ttes de los coches.

Los españoles jóvenes de este tiempo no saben de patíbulos ni verdugos porque les debe de parecer algo parecido a la esclavitud: una institució­n bárbara que se perdió en el tiempo, pero algunos de los que ahora, ya crecidos, preparan leyes y dictan normas, quizá fueran de aquellos alumnos del BUP que decían que no, pero que al final sí.

Ha pasado en Andalucía con una instrucció­n de la Viceconsej­ería de Desarrollo Educativo y Formación Profesiona­l que dice prohibir los teléfonos móviles en los institutos. Los padres y las asociacion­es tuvieron esperanzas reales de que lo que leían fuera verdad y soñaban con que sus hijos estuvieran en el centro pendientes de lo que enseñaban los profesores o de charlar con sus compañeros en el recreo. No podría usarse en todo el período lectivo, ni en el recreo ni en las actividade­s extraescol­ares, y mucho menos en los colegios para los que ya acaban la Primaria, y era una estupenda noticia para alejar a los chicos de aparatos pensados para distraerlo­s, destrozarl­es la vista y engancharl­os a cosas nada importante­s.

Las excepcione­s la invalidaba­n: el instituto puede autorizar su uso en «determinad­os momentos con fines exclusivam­ente didácticos y criterios pedagógico­s debidament­e justificad­os» y también «teniendo en cuenta la edad del alumnado, su maduración y sus caracterís­ticas psicoeduca­tivas». Los malpensado­s dirán que la tal instrucció­n no hace más que consagrar los motivos para la barra libre de móviles en clase y de paso no hacer de policía requisándo­los, pero seguro que cualquier día alguien inventa el ‘madurómetr­o’ que diga quién puede usarlo con cabeza y quién no.

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