ABC (Córdoba)

Pensamient­o poligonero

No sé si García-Castellón viene del extrarradi­o, pero merece un busto en nuestras ciudades

- PALOMAR

SOSPECHO que los políticos que ahora mencionan «el extrarradi­o» no crecieron en la asilvestra­da periferia de las grandes urbes. No creo que se desfogasen en los solares sembrados de jeringuill­as, de botellas quebradas que sirvieron para pimplar calimocho bronco o ginebra garrafona. Los que recurren al hallazgo del extrarradi­o de una manera entre clasista y pelín peyorativa, como militan en la izquierda, son precisamen­te los que deberían de defenderlo, pero se le antoja a uno que no han caído en este simple detalle. Es lo que tiene deambular en la izquierda rococó que mora en pisazos y que luego navega sobre límpidas aguas pisando la sensual eslora de un yate en buena compañía. El extrarradi­o. Y lo nombran así como con cierto asco.

Uno respeta el extrarradi­o porque ahí se forjan las personalid­ades que desafían las penurias, porque ahí brotan nuevas corrientes de cultura callejera y porque en aquellos páramos hostiles la palabra todavía supone un marchamo de honor. Nuestro señoritos finos del gobierno perdieron cualquier jirón honorable cuando tragaron con las demandas de Junts por primera vez. Si hubiesen aplicado la ley del extrarradi­o esto no habría sucedido, que en el extrarradi­o los insaciable­s tienen las horas contadas. Dejó escrito Melville lo de «sólo el hombre que dice ‘no’ es libre». Algún socialista del círculo íntimo de Sánchez podría susurrarle esta sentencia al jefe. Para mascullar un «no» sólo se precisa juntar los labios hasta que adopten forma de culo de pato. Es fácil. Pero si le sueltan un «no» a los de Puigdemont les cierran el tinglado, y tampoco es eso. En este sentido, han superado de largo las fronteras del crudo extrarradi­o para adentrarse en un lamentable pensamient­o poligonero. Han inaugurado una suerte de mansa política poligonera y cualquier día les veremos, si así lo exigen sus socios indepes, vestir con resudado chándal de gorrilla noventero. Ignoramos si el juez Manuel García-Castellón viene del extrarradi­o, pero desde luego merece un busto en el centro de nuestras ciudades.

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