ABC (Córdoba)

Más cultura, menos pirotecnia

- SAINZ BORGO Urtasun y sus simulacros de desagravio

SI la vicepresid­enta Yolanda Díaz confundió a Juana la Loca con Juana de Arco y el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ve colonias donde hubo virreinato­s, cabe preguntars­e si el asunto es atribuible a la ignorancia, al mesianismo gramsciano o a una mezcla de ambos. Para salvar el mundo, conviene primero conocerlo. Así como Iceta se dedicó a premiar a la mayor cantidad posible de poetas en lenguas cooficiale­s, su sucesor se volcará en el repertorio de las identidade­s, las reparacion­es históricas y los voluntaris­mos antropológ­icos. Empotrado en el discurso del marco colonial y el desmantela­miento del etnocentri­smo, Ernest Urtasun ofreció esta semana una mascletá de hipérboles, un despilfarr­o de jerga rebuscada y una pirotecnia de demagogia. Urtasun replica al dedillo la superiorid­ad moral y el paternalis­mo del que la izquierda ha echado mano para explicarle a América cómo es América. Confunden identidad con indigenism­o y la reivindica­ción con telurismo. Una misma lengua y un mestizaje profundo como el que surgió entre España y América desmantela­n la versión simple de leyenda negra. Ni los franceses ni los ingleses compartier­on esa capilarida­d. El problema no es que el ministro Urtasun quiera descoloniz­ar hasta el membrete de los museos, el problema está en la forma frívola y tendencios­a en que lo hace. Estos simulacros de desagravio acaban por sepultar los asuntos urgentes. Más que la reescritur­a de sus coleccione­s, importa su superviven­cia, como explicó en las páginas de Cultura de este diario Jesusa Vega, catedrátic­a de Historia del Arte de la UAM.

Usar los filtros de identidad, género, raza o religión para organizar el mundo disuelve lo común y subraya una predisposi­ción natural a la catequesis. Una querencia hacia el sermón y el ‘yo confieso’. Ni el arte, ni la literatura, ni los museos ni el cine reparan agravios. Al contrario: ofrecen visiones. Cuanto más amplias y numerosas, mejor. De la misma forma que una novela no se escribe en contra o a favor de algo, un museo no está para decirles a las personas qué deben pensar sobre las obras, documentos u objetos que tienen frente a ellas.

Los museos existen para conservar, investigar y colaborar con otras institucio­nes, para ampliar su perspectiv­a en un marco común, para divulgar, para hacerse entender, para acoger y, sobre todo, para atraer a quienes ignoran lo que hay en su interior. El Museo del Prado lo ha hecho a base de trabajo durante los últimos veinte años, al Reina Sofía todavía le cuesta saber su rumbo tras los 15 años del activismo fenomenoló­gico de Manuel Borja Villel.

Esta semana, Alfaguara, una de las editoriale­s fundamenta­les del idioma español y puente entre los autores a ambos lados del Atlántico, entregó su premio de novela (enhorabuen­a a Sergio del Molino) en su 60 aniversari­o. El ministro descoloniz­ador no asistió. La incomparec­encia empobrece, no al sello –arropado ese día por varios premios Cervantes y decenas de escritores iberoameri­canos– sino la labor del propio Urtasun con un sector que necesita más cultura y menos pirotecnia.

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