Anguita y la estación
La política del primer alcalde de la democracia sobre Renfe constituye uno de sus borrones al frente de la Alcaldía
EL Colectivo Prometeo, un grupo de pensamiento orientado por Julio Anguita hasta su muerte hace ahora cuatro años, ha iniciado una campaña de recogida de firmas con el objetivo de que la estación de ferrocarril de Córdoba lleve el nombre del primer alcalde de la democracia. Se trataría del homenaje que no ha acabado de efectuarse desde que se produjo su fallecimiento, hondamente sentido en Córdoba.
La iniciativa tiene ya el compromiso de Izquierda Unida, partido que fundó el propio Anguita como carátula electoral del postcarrillismo, y de Podemos, organización en la que el político cordobés tuvo una enorme influencia en vida por la vía de su contacto estrecho con el grupo fundador. En concreto, con el actual director de Canal Red y guardián de las cada vez menos esencias moradas, Pablo Iglesias.
La pretensión planteada contraviene, así de primeras, el acuerdo general alcanzado en el Pleno por todos los grupos para que la estación se llame Luis de Góngora. No hay que esforzarse mucho para encontrar en los archivos un pronunciamiento plenario instando a ADIF a que rotulase el centro ferroviario de transportes con el nombre de un tal Luis de Góngora, quien según dicen tuvo algo que ver con la literatura en español durante su siglo de oro. Ya les adelanto que el propietario de la estación siempre se ha negado a tomar tal decisión porque exige que la ciudad corra con todos los gastos que supone la operación de redenominación de las instalaciones. Desde el primer cartel hasta el último aviso luminoso. En esas condiciones, los sucesivos alcaldes siempre han dicho lo mismo: que Luis de Góngora no va a sufrir por una estación más o menos a su nombre.
Lo curioso del caso es que si hay unas instalaciones que no deben llevar el nombre de Julio Anguita son, precisamente, las de Renfe. Su política como alcalde de Córdoba sobre esta materia concreta se ha señalado en no pocas ocasiones como desastrosa para los intereses generales. En sus dos mandatos, Anguita despreció un acuerdo firmado por el Gobierno central y la ciudad que habría adelantado dos décadas el famoso cosido de ciudad. La decisión obedeció, según todos los indicios, más a una cuestión ideológica —la negociación se adoptó por la corporación del tardofranquismo— que a una razón práctica.
Si se toman la molestia de consultar los planos de aquella operación de 1976, se calcó lo que tanto tardó en llegar. Las vías quedaban soterradas, se construía una nueva estación (2.300 millones de pesetas) y se reservaba dinero para una nueva en El Higuerón para mercancías. El dinero salía de la subasta de terrenos liberados generando zonas verdes y grandes avenidas. El Consistorio, que tuvo que comprar finalmente los aprovechamientos, se limitaba a cubrir el déficit.
El problema estriba en que todo lo que tiene que ver con Anguita o entra dentro del terreno de la hagiografía o no cuenta. No existe, no ha existido nunca, un Gregorio Morán —su historia de los comunistas españoles es todo un hito— que se atreva a una exégesis mínimamente crítica y justa con la labor política del primer alcalde de la democracia, cuya figura se encuentra a cinco minutos de reconocérsele poderes taumatúrgicos. Siquiera la posibilidad de que su gestión fue limitada, poco brillante o directamente perjudicial en aspectos concretos (es decir, humana) está fuera de toda opción. Aún así, Prometeo robó el fuego, el conocimiento, al mismo Zeus para dárselo a los hombres. O eso dicen.
Exégesis Cualquier análisis crítico sobre el político cordobés a su paso por la Alcaldía queda siempre enterrado por el mito y la hagiografía