ABC (Córdoba)

Un día al calor de los anacronism­os divertidos

El Mercado Íbero-Romano convoca a multitudes para pasar una jornada entre las togas, la artesanía, los desfiles y el disfrute de una gastronomí­a inconfundi­ble

- LUIS MIRANDA CÓRDOBA

Unos arcos al final del Puente Romano son la puerta del tiempo para el visitante que acepta estar en la atmósfera

El sol es de enero y la temperatur­a de marzo. Cosas del cambio climático o de la oscilación térmica. Si los que atienden en los puestos fueran de verdad íberos o romanos se les podría preguntar qué tiempo había en su época y si en el primer mes del año ya se ponían la toga de verano. Si uno quisiera entrar en el papel de asumir que ha viajado en el tiempo

A la orilla izquierda del viejo Betis hay un cartel que lo resume todo: en la clásica letra romana, con mayúsculas que parecen sacadas de una inscripció­n encontrada en una excavación arqueológi­ca de Ategua, dice ‘Patatas asadas’. No encontrarí­an en el diccionari­o de latín la palabra para ese fruto de la tierra que llegó desde América cuando la lengua de Roma había quedado sólo para la liturgia. Es el anacronism­o feliz de Astérix el que triunfa en el Mercado Íbero-Romano de Córdoba, que es el nombre que se ha dado este año al medieval que siempre llega a mitad del invierno. Al mediodía del sábado la ribera izquierda del antiguo Betis bulle. Lo mejor es entrar por el Puente Romano y cruzar los arcos efímeros que se han construido junto a la Calahorra, cuando empieza la bajada. Hay que jugar y por lo tanto sentir que se ha pasado una puerta del tiempo, porque a esos sitios se va a meterse en la atmósfera.

Quienes toman hacia el oeste encuentran puestos de artesanía y lugares donde degustar quesos, y consultan la lista de actividade­s para ver a qué hora hay un desfile o una animación. Los hay que reservan y los hay que a la una y media se han sentado a comer. Saben lo que cuesta con tanta gente coger un sitio en los 22 restaurant­es. La opción de comer mientras se camina tiene más alternativ­as, con 40 puestos. Los más de 150 que quedan son para la artesanía que muchos se llevan a casa de recuerdo.

Un visitante asiduo relata al interlocut­or que en otras ocasiones ha visto más público, aunque conforme se acercan las dos de la tarde la impresión empieza a diluirse. Las multitudes se divierten en la cálida atmósfera de la lluvia, que cada vez es más densa y concentrad­a.

Parrillada­s

¿Tienen que ver con ello el humo de las parrillada­s y el aroma del vino y de la cerveza cuando uno se acerca a las barras? Es bastante probable, por lo menos por la parte central, allí donde sentarse es una hazaña y comer y beber algo que disfrutar al rico sol.

Conforme se buscan los extremos va cambiando el ambiente. En la zona más cercana al C3A abundan las artesanías: los animales de piedra y hierro, los objetos de vidrio, las joyas o las varitas de incienso, sin olvidar el pan a la antigua que después durará muchos días, como afirman quienes lo venden. No hay más que congelar una parte para que en bastante tiempo haya para almuerzos y tostadas.

Y al salir de allí el ambiente se hace más antiguo que nunca cuando se ve volar a búhos, halcones y águilas. Las aves de cetrería surcan el cielo limpio de nubes, quizá miren a la Corredera por la que se paseaban no hace tantos años y levantan la admiración de unos cordobeses que en su mayoría hace demasiado que dejaron de mirar a la naturaleza.

Los niños buscan el parque de juegos y encuentran que el tiovivo no tiene electricid­ad, que no hay pantallas sino elementos mecánicos, pero prueban y se divierten con esa capacidad de encontrarl­e a todo el lado divertido. Algún abuelo recuerda haber jugado con cosas parecidas. El sol sigue picando, viene un desfile de Legión y de pronto parece que los romanos se contagiaro­n de la gaita al conquistar lo que ahora es Galicia.

El herrero habla de cómo su oficio milenario, tal vez no muy distinto al que conocieron los romanos, empieza a perderse por la mala formación, y los que se acercan escuchan cómo todavía hay gente que hace las cosas a mano y merece la pena pagar por ellas y poder presumir de una pieza de verdad personal.

Al avanzar la tarde, la sidra ayuda a disfrutar un poco más y alguien se pregunta si entre tanto íbero no habrá quien dé una clave de la leona de La Rambla y con tantos romanos no se podrá explicar algo de Cercadilla, ya que están por aquí.

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// VALERIO MERINO Entrada al Mercado Íbero-Romano desde el Puente Viejo y la torre de la Calahorra
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// VALERIO MERINO Uno de los puestos del mercado

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