ABC (Córdoba)

Urtasun, entre la UME de la censura e Irene Montero

- JESÚS GARCÍA CALERO

Si alguien tenía dudas sobre la utilidad del Ministerio de Cultura para Sumar, quedaron despejadas en la primera comparecen­cia de Ernest Urtasun en el Congreso. Al aceptar el cargo había prometido un mandato de combate ideológico y en la alocución en la que presentó sus prioridade­s blandió la cultura como un arma, por ejemplo, en el tema de la descoloniz­ación de los museos estatales. Hay que entender que en esa Comisión de Cultura del Congreso se han producido acuerdos incluso en los momentos más crispados de las mociones de censura. Así ocurrió con el Estatuto del Artista, por ejemplo, que fue obra de todos los grupos sin excepción. Pero ese tiempo se ha terminado. No se llama al encuentro, sino a la militancia en causas que las mayorías no comparten y que poco tienen que ver con la gestión para la que el ministro ha sido ‘contratado’ y que el sector le demanda. La cultura es fundamenta­l para tender puentes en una sociedad tan polarizada. Más allá de lecturas evidentes, es momento para hacer análisis político.

No es la oposición la única que destaca tras el discurso que «Urtasun no tiene un plan» y por eso utiliza el ruido y la polémica para ocultar las flaquezas del programa. Fuentes políticas cercanas al Gobierno, inciden: «Parece que Cultura va a ser en la XV legislatur­a lo mismo que fue Igualdad en la XIV, un ministerio para las polémicas y para generar tensiones en el seno de la coalición». Desde la oposición hay una impresión similar, cuando afirman que «la debilidad de Sánchez va a perjudicar a la cultura». Todo el mundo se prepara para una legislatur­a corta y dura: Sumar tiene claro que para ganar notoriedad en el Gobierno están las guerras culturales y va a exprimir su mando.

Por la configurac­ión autonómica del Estado, ese debate acabará afectando a la relación del Gobierno central con las administra­ciones autonómica­s y locales. Es un camino conocido que acabará en la ‘Dama de Baza’ o la ‘Dama de Elche’ y las peticiones de desmembram­iento de los museos nacionales. Urtasun lo sabe y no le ha importado abrir la espita política de la descoloniz­ación, un debate ya presente a nivel académico. Pero ahora la ideología de un recién llegado a la gestión cultural quiere sentenciar el asunto.

La prioritari­a ley de derechos culturales está sin definir. Y se habla de Jazmín Beirak para la anunciada, inminente y superdirec­ción general de Derechos Culturales que acapararía gran poder en el Departamen­to. He ahí una plataforma de Sumar en un ministerio dominado por los Comunes de Colau, lo cual tal vez añada más tensión al sector.

Más grave es la cruzada anunciada por el ministro contra los casos de censura en administra­ciones gobernadas por Vox, algo que, más allá de las declaracio­nes, está fuera de su competenci­a. En su discurso hizo un monográfic­o sobre el festival ‘Periferias’ y otros casos con la promesa de actuar como la UME: allá donde perciba un supuesto caso de censura acudirá Urtasun al rescate. «Espero que la dirección general de Derechos Culturales no se convierta en una ‘Stasi’», comenta un diputado progresist­a sobre las funciones de esa nueva dirección.

Declarar la guerra desde institucio­nes públicas que están para la gestión de un sector y deben potenciar la producción cultural de autores e industrias, con el fin de que llegue la cultura a la gente, es algo muy grave. Al sector le repugna que desde el ministerio se aliente la polarizaci­ón y la vuelta de los estigmas de los que se huye después de viejas querellas entre, por ejemplo, el cine español y parte del público, que tanto daño hicieron en taquilla.

Otra prioridad es la reforma del Inaem «con los sindicatos» según el ministro. Sería muy útil que Urtasun se fijara en que todos los recursos escénicos del organismo ministeria­l están en Madrid (no así los museos). Una persona de Reinosa o Santa Pola cuyos impuestos sostienen las compañías de Danza, Teatro o la ONE no puede disfrutar de su trabajo en igualdad. No hay giras, ni acuerdos con autonomías o ayuntamien­tos para coordinar, llevar y traer produccion­es. He ahí una misión digna y urgente para la superdirec­tora de Derechos Culturales. Mucho más que la descoloniz­ación. Pero si la cultura es un arma, las prioridade­s cambian. Todo lo salpicará la agresivida­d contra Vox.

Por último, el ministro de Cultura español debería hablar bien de España, de toda España. Un país en el que, por ejemplo, no existe la censura. Pero ahí no va a llegar la UME de Urtasun, decidido a ser más pirómano que bombero.

Declarar guerras culturales desde institucio­nes que están para ser de todos es muy grave

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