ABC (Córdoba)

No matarás

Administra­r la muerte es el grado cero de la inhumanida­d porque sólo quien es humano puede, desde la crueldad, dejar de serlo

- DIEGO S. GARROCHO

NO matarás. El imperativo bíblico está inscrito en el rostro de todos los seres humanos de una forma urgida pero imborrable. No me mates es lo primero que nos dicen los ojos de cualquier hombre o mujer. Y sin embargo, matamos. Seguimos matando e incluso generamos asépticos protocolos desde los que decidir cuándo el asesinato puede acogerse públicamen­te como un acto de justicia. Administra­r la muerte es el grado cero de la inhumanida­d porque sólo quien es humano puede, desde la crueldad, dejar de serlo.

El pasado jueves, el Estado sureño de Alabama asesinó a Kenneth Eugene Smith, aunque las crónicas prefieren servirse del verbo «ejecutar», como quien concluye una tarea, un oficio o un deber. Smith fue condenado por otro asesinato ocurrido hace más de 30 años, pero los viles errores de un individuo aislado jamás podrán compararse con el proceso estatal que decide acabar con la vida de un hombre. Smith murió asfixiado con nitrógeno. Durante un cuarto de hora le hicieron respirar por una máscara gas nitrógeno hasta que acabaron con su vida. El responsabl­e del Departamen­to Correccion­al de Alabama, John Q. Hamm, declaró a los medios que durante unos minutos el reo sufrió una serie de espasmos involuntar­ios. Nada fuera de lo esperado en este tipo de procesos, saldó con rutinaria indiferenc­ia, aunque no existe nada normal en esta muerte ya que es la primera vez que se recurre a esta práctica infame.

La intervenci­ón de la técnica y la premeditac­ión siempre es un agravante de la crueldad que se requiere para acabar con la vida de alguien. No es lo mismo un crimen pasional que un asesinato arbitrado por el Estado. La cuenta atrás terminal, el anuncio público, la funcionari­zación de la muerte y la tecnificac­ión del horror expresan un contrasent­ido que es el verdadero límite posible de cualquier moral. Auschwitz nos horrorizó no sólo por su intolerabl­e cifra de víctimas, sino por la eficacia industrial con la que el daño letal se aplicó sobre la piel humana. Ahora, en Alabama ya conocen cuál es la pauta protocolar­ia para matar a un hombre a través de una asfixia inducida. Ante ese colapso humano, algunos eruditos todavía debaten acerca de si es o no constituci­onal la medida.

Así de ridículas son las leyes de los hombres. Antes de morir, Kenneth Smith pudo dirigir a sus familiares unas últimas palabras. Del cuerpo condenado salió una frase desconcert­ante y reparadora: «los amo a todos», y Smith afirmó sereno que la humanidad, aquella noche en Alabama, estaba dando un paso atrás. La razón humana asiente a la proporcion­alidad exacta del ojo por ojo. Las matemática­s no fallan y la balanza de la diosa Diké exhibe una ciega precisión hasta convertir la muerte en el pago proporcion­al por otra muerte. Pero acertó Smith en esos últimos segundos al enunciar la potencia invencible de quien ama, y al recordarno­s que sin misericord­ia toda la humanidad estará condenada. Así sea en nombre de la justicia.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain