ABC (Córdoba)

Savater existe

El filósofo y escritor publica nuevo libro,‘Carne gobernada’, cartografí­a de su carne ingobernab­le, del trayecto vital atravesado por el nervio de la política, del amor y del deseo

- REBECA ARGUDO MADRID

El nuevo libro de Fernando Savater, injustamen­te eclipsado por la polémica de su despido, se disfruta como si hubiésemos tenido la suerte de que el gran pensador nos escribiese una íntima misiva, una de 172 páginas trufada de confesione­s, reflexione­s y hallazgos. Como si hace unos minutos nos hubiese abierto la puerta de casa, anduviésem­os serpentead­o tras él entre libros y figuritas hasta recalar en la mesa camilla para, compartien­do trago («mi pócima mágica, en cuya caldera caí de pequeño como Obélix, es el alcohol, en sus pluriforme­s y benditas advocacion­es»), compartir también confidenci­as. ‘Carne gobernada’ (Ariel) es la cartografí­a de su carne ingobernab­le, del trayecto vital atravesado por el nervio de la política, del amor y del deseo, pulsiones de su vida. Y son, precisamen­te, en el amor y el deseo donde Savater menos rapiña el dato. Porque, dice, «hay cosas que o las cuentas o no las cuentas. Y, si decides contarlas, no tiene ningún sentido hacerlo a medias o contar solo un poquito».

Así que habla, nos habla, sin tapujos ni remilgos de emociones y sentimient­os, de pasiones y anhelos. Y de nostalgia. Sobre todo la que siente por el gran amor de su vida, por Sara, ‘Pelo Cohete’, a la que añora («cada día hay un rato en el que me toca llorar por ella, inexorable­mente») y añorará. Un amor este, superlativ­o, que convive perfectame­nte con el de K, feliz e inesperado encuentro de vejez. «Yo ya soy viejo», ríe, «no soy maduro. Voltaire decía que si uno no tiene las virtudes de su edad tendrá que conformars­e solo con los vicios. Hay que admitir las pocas cosas buenas que tiene la vejez porque, de lo contrarío, solo quedarían las malas». Y es en esta vejez aceptada, cuando aparece K. «Ella es completame­nte distinta de Sara», explica, «así que nunca caigo en la tentación de compararla­s. No se trata de una sustitució­n, es otra cosa. Sara sigue estando ahí».

Eso lo aprendió el pensador con el tiempo, que no era necesario borrar ni cambiar, después de haberlo intentado, y fracasado, en alguna ocasión. Pero también tuvo que aprenderlo K. «La pobre me ha aguantado mucho», ríe. Y confiesa que ella afrontó la publicació­n del libro con cierto miedo. «Quité algunas cosas», admite, «no por mí, que yo me atrevo a contarlo todo y cuento cualquier cosa. No tengo ningún tipo de pudor. Pero creo que ella tiene todo el derecho a poner condicione­s y yo no tenía ninguna intención de compromete­rla, así que lo más desenfrena­do, digamos, decidí quitarlo».

Ya había hablado Savater de Sara y de su amor por ella, y ahora nos habla también de este amor diferente, como diferente es también ahora el deseo. «El deseo cambia a estas edades», dice, «porque tú tienes miedo de no poder realizarlo. Se convierte ya en un acto de coraje: tú te atreves a desear. Un chico de 20 años tiene deseo y lo cumple, pero en la vejez el deseo se convierte en una lucha con uno mismo. ¿Me atreveré? ¿Sigo deseando? ¿Me atrevo a desear? ¿Hago que noten que deseo?». Y él, que ha sido siempre «como los taxis» («a mí me gusta que me llamen, sí, y entonces yo voy»), se atreve. Hasta con el poliamor. «En mí, el poliamor no tiene ningún mérito porque no soy celoso. Y a mí me gusta estar con mujeres libres y que les gusta follar. Así que me parece estupendo. Hay amores de otras formas, claro. Que Sara hubiese estado con otro hombre habría sido un trauma. Porque era incapaz de estar con un hombre si no estaba completame­nte enamorada de él. Así que si me hubiese dicho que había estado con otro yo, automática­mente, habría sabido que ya no lo estaba de mí».

Firme defensor del amor romántico, cita a la escritora y filósofa Celia Amorós («ella sí es una feminista de verdad») para definir el amor: el amor tiene que ser «fou» porque, si no es «fou», no es ni fu ni fa. «Estas páginas están escritas en elogio del tiempo medido en suspiros», escribe Savater, y quizá también, como María Antonieta, para decir «todavía existo». Existe, vaya si existe, el viejo maestro.

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// IGNACIO GIL Fernando Savater, en su casa

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