ABC (Córdoba)

Sinner se sienta a lo grande con los grandes

▶El italiano, de 22 años, remonta dos sets a Medvedev con un soberbio ejercicio de convencimi­ento y tenis para levantar su primer Grand Slam, en Australia

- LAURA MARTA

Nervioso, sonriente, rizos sueltos sobre la frente, Jannik Sinner, de 22 años, se expresa con timidez frente al micrófono: «Ojalá todo el mundo tuviera unos padres como los míos que me dejaron hacer lo que yo quería. Deseo esa libertad para todos los niños». Y acaba el discurso con un «no sé qué más decir», mientras se suelta con una sonrisa que la copa Norman Brookes le devuelve multiplica­da por todos los campeones que pasaron antes por ahí. Él ya está con ellos, sentado a la mesa de los grandes después de acabar por hollar la cima de su plenitud, primer Grand Slam, en Australia, con una remontada que simboliza todo lo que ha crecido: saques, golpes ganadores, piernas, agilidad, velocidad, potencia y una, por fin, irreductib­le confianza en sí mismo.

Se ha ido construyen­do Sinner en un tenista total, consolidan­do lo que se esperaba de él, pero sin salirse del guion del día a día. Sin alzar el vuelo antes de tiempo, con la mesura y la educación como señas de identidad, luce una cabeza extraordin­aria con 22; listo para tomar el mando del planeta tenis. Un viaje que ha pasado por el diván, con una ayuda psicológic­a fuera de norma en la que se intentan automatiza­r ciertas emociones para no desgastars­e en

Sinner «Me gusta lidiar con la presión. Creo que es bueno tenerla. La mayoría de las veces saca mi mejor tenis»

Medvedev «Es duro perder una final. Mentalment­e, haré todo lo posible para que no me afecte demasiado»

lo físico. Porque ahí tenía el otro talón de Aquiles el italiano. Con humildad, admitía hace un par de años que no estaba preparado para ganar un grande, un Masters 1.000 en su vitrina como mayor exponente de su calidad hasta ayer. Incapaz de encumbrars­e en los torneos de largo aliento, moldeó su cuerpo con mimo, 188 centímetro­s de altura con una complexión demasiado fina que se veía perjudicad­a por la ganancia de masa muscular. Encontró el equilibrio en unas piernas ágiles que llegan a todo y lo impulsan para sacar ganadores desde cualquier posición de la pista y esa mano segura que inyecta aceleració­n a cualquier pelota. «Conocer mejor mi cuerpo y a mi equipo fue un paso muy importante para mí. El año pasado intentamos obtener mejores resultados y empecé muy bien en los torneos bajo techo, y luego llegaron las semifinale­s de Wimbledon. Fueron muy buenos resultados y eso me hizo creer que podía competir contra los mejores del mundo», exponía ayer después de un recital de convencimi­ento en el que rindió a Medvedev, que se llevó otra espina de una quinta final de Grand Slam desaprovec­hada.

El ruso planteó su estrategia de la agresivida­d, siempre sobre la línea de fondo, un par de metros más adentro que en los seis partidos anteriores. Intencione­s claras de no dejar respirar al

italiano. Con las diabluras que dibuja su tenis ilegible, aprieta las dudas de un Sinner desnortado al que le pesa su primera gran final y parece claudicar, gestos contrariad­os, inusuales en él. «Estoy muerto», suelta a su entrenador a principios del tercer set.

«Suéltate, invéntate cosas», le responde su banquillo. Y hay un resurgir que enciende al personal. Poco a poco, como su crecimient­o, se estira el italiano, que empieza a encontrar la sensibilid­ad con la pelota y a sacar ese sonido seco y letal de las cuerdas de su raqueta. A cada minuto que pasa, multiplica su energía; a cada punto que gana, llena el depósito de confianza. Todo lo que en el pasado le había costado más de un sofoco y una decepción, son en esta final lo que lo impulsa a tomar el control de cada punto, a hallar las grietas de Medvedev y a hacerlas cada vez más grandes. Asoman además en el ruso los nubarrones de aquella otra final que perdió cuando lo tenía todo en su mano, en 2022, ante Rafael Nadal.

Le cambia el semblante a Sinner, que aleja la dispersión y la frustració­n y activa la mirada de concentrac­ión. Liberado de la presión, casi divirtiénd­ose con ella, encuentra por fin su ritmo y ese estilo robótico de no fallar un punto con el que ha conseguido sus mayores logros. Entre ellos, apear a Djokovic de su torneo fetiche en las semifinale­s.

En ese estado, Sinner aumenta los porcentaje­s del primer servicio, con el que se mantiene ya por delante en los sets restantes, y tortura de lado a lado a Medvedev en los intercambi­os largos, que ya llevan su batuta. Inclina cada vez más la final a su favor con el revés cruzado y la derecha ganadora que saca desde cualquier punto de la pista y en todas las direccione­s, golpes definitivo­s de los que carece el ruso, que tiene otras cosas, y al que le empiezan a escasear la efectivida­d y el aliento. Y el saque, que cede en el sexto juego y es la rendición. Ya no hay más de donde sacar en él y lo poco que le queda por orgullo lo remata un Sinner que completa su ascenso a la élite y alcanza su cénit, por ahora. «Tengo que procesar lo que he conseguido. Es un gran día para mí y para mi equipo. Pero también sabemos que tenemos que mejorar si queremos tener otra oportunida­d de levantar otro gran trofeo en el futuro», avisa Sinner, campeón, por fin, de Grand Slam.

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// AFP Sinner bromea con el trofeo de campeón, ayer tras la final

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