En el centenario de la muerte de santo Tomás
Además de brindarnos un día no lectivo en el calendario escolar, ¿es santo Tomás de Aquino digno de recuerdo? Si fuera así, este año tendríamos redoblados motivos para ello, pues el próximo 7 de marzo se cumplirán 750 años de su fallecimiento, aunque celebremos su festividad el día 28 de enero –fecha en que sus restos fueron trasladados a Toulouse, donde ahora descansan–.
A decir verdad, el patrón de profesores y estudiantes constituye también una de las figuras más grandes de nuestro pasado intelectual. Su genialidad consistió en sintetizar y perfeccionar magistralmente el conocimiento recibido de la Antigüedad para proporcionar una visión de conjunto coherente y ordenada. Su pensamiento, adornado de no menos flexibilidad que solidez, además de luminoso para los hombres de su tiempo, nos ayuda también para orientarnos en el siglo XXI. ¿Quiénes somos? Aunque se nos esté constantemente invitando a renunciar a ello, casi todo lo bueno que nos rodea responde a la fecunda confluencia de tres grandes culturas: la judía, la griega y la romana.
A este propósito, santo Tomás ofrece una sugerente exégesis del pasaje evangélico que nos refiere la ocurrencia de Pilatos de escribir el letrero de la cruz de Jesús en las tres lenguas conocidas entonces en Jerusalén: el hebreo, el griego y el latín. Tomás explica hermosamente el pasaje refiriendo estas lenguas apuntaban a los tres tipos de conocimiento que deben ser cultivados: el saber sobre Dios, las ciencias naturales y las ciencias humanas.
El Aquinate veía en el Crucificado el compendio de todo conocimiento accesible al hombre y, precisamente por ello, puso todo su empeño en explorar la verdad de las cosas y en hacerla llegar a todos. Fue esta visión teológica la que, ya antes de Tomás, había puesto en marcha las universidades, con el propósito de estudiar lo accesible a nuestra inteligencia, no sólo en lo tocante a Dios, sino también en lo referente a los otros dos cauces que irrigan nuestra civilización: las ciencias de la naturaleza y las referidas al hombre, en particular, el derecho. Tomás contribuyó al desarrollo de todos estos campos, de manera que su teología y su filosofía han inspirado durante siglos a las más diversas personas, incluso fuera del catolicismo.
Si los frutos de ese tipo de visiones de conjunto pueden resultar menos llamativos para muchos, a nadie se le escapa el impacto de las ideas jurídicas. Pensemos, por ejemplo, en la relevancia actual de nuestra concepción de la indisponible dignidad de cada ser humano, uno de los pilares para nuestra convivencia. Ahora bien, debemos a los herederos españoles de Tomás, encabezados por Francisco de Vitoria, las primeras y mejores reflexiones en este sentido. En definitiva, muchos personajes habrá que hayan llamado más la atención que santo Tomás con sus aspavientos, pero pocos han contribuido tanto y tan silenciosamente a nuestro bien.