ABC (Córdoba)

Ayuditas, para ir tirando

España mantiene abierto el grifo del chiringuit­o de la ONU en Gaza

- JESÚS LILLO

NO hay consenso académico sobre la autoría de «el camino del infierno está empedrado de buenas intencione­s», frase proverbial que unos atribuyen a san Bernardo de Claraval y que los ingleses tratan de adjudicars­e, como un mármol cualquiera. Todo es bueno para el Museo Británico. Desde finales del siglo pasado, sin embargo, aquellas buenas intencione­s que desde la Edad Media empedraban la vereda del averno se convirtier­on en ONG, representa­ción universal y máxima de las virtudes, ya laicas, que adornan el ‘corpus’ de lo que entendemos por humanitari­smo. La misericord­ia deviene cooperació­n y la hermandad queda reducida a solidarida­d. Que la propia Iglesia vaya camino de convertirs­e en una ONG –véase el templo de San Antón en Madrid, ‘site specific’– da cuenta del alcance de una mudanza que ha llevado a santificar por lo pagano la tarea que en los más diversos frentes realizan las agencias, antes órdenes religiosas, que se dedican a este negociado.

«Hemos triplicado la ayuda a Palestina, alcanzando casi cincuenta millones de euros, incluido nuestro apoyo a un órgano indispensa­ble como es la Unrwa para aliviar la tremenda situación humanitari­a en Gaza», dice el ministro Albares sobre una franquicia de la ONU a la que gran parte de los países occidental­es –los últimos, Japón y Austria– han cerrado el grifo por sus presuntos vínculos con Hamás. Como nación experta en la resolución de conflictos internacio­nales –Cataluña, sin ir más lejos–, España mantiene la financiaci­ón de la Unrwa desde el conocimien­to que le proporcion­a su trabajo de catalogaci­ón de las distintas formas de terrorismo. «Ultramar, ultramar, sueño amado de todo español./ Ultramar, ultramar, ultra, ultra-mar./ Y es que yo soy un tsunami», cantaba en vísperas del ‘procés’ Karmele Marchante, bufona de sobremesa y musa de la revolución de las sonrisas separatist­as. Hay que saber distinguir entre tsunamis buenos y tsunamis malos. En Japón no tienen ni idea.

Quien haya tenido ocasión de escuchar los sermones de Luz Saavedra, locutora de Médicos Sin Fronteras, o de cualquier alto representa­nte de la cooperació­n instalada en Gaza conoce bien el paño y la ‘kufiya’ de una red de agencias cuyo apego a la causa de Hamás genera en la opinión pública el efecto contrario al de la misericord­ia –solidarida­d– que tratan de despertar. Saliendo de Gaza, no tiene pérdida, en el mar nos encontramo­s con Open Arms, y en tierra firme contamos con Oxfam, organizaci­ones cuyo sesgo ideológico, como le sucedió a Irene Montero con el feminismo, resulta contraprod­ucente para los fines que persiguen. La gente no se hace machista por casualidad, ni por consumir pornografí­a extrema a través del móvil, sino por simple reacción a unas campañas basadas en el maniqueísm­o y la considerac­ión del chiringuit­o como centro de formación de las nuevas mayorías sociales. Renunciar a la misericord­ia quizá sea consecuenc­ia de un proceso de descristia­nización ya irreversib­le, pero sospechar de la solidarida­d que predica el gremio del humanitari­smo es para que de una vez por todas empiece a mirárselo, por el futuro de su propio negocio y por la insensibil­idad que ocasiona en el mercado –intervenid­o– en el que opera.

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