¿Quién quiere ser árbitra?
Durante la pasada Supercopa femenina, la RFEF puso en marcha la campaña #haztearbitra. La campaña, impulsada desde el CTA de la RFEF, busca fomentar el arbitraje femenino en la base y que haya más chicas que quieran dedicarse a ello de manera más profesional. Para ser árbitra, el único requisito que se pide es el de tener los 14 años cumplidos y pasar un sencillo curso que se prepara en las Federaciones Territoriales. Un examen teórico, no demasiado complejo para quienes son o han sido jugadoras, y un análisis de vídeos, les pone en la casilla de salida para el arbitraje. No parece, a priori, una preparación de peso para las personas que tendrán la responsabilidad y la autoridad de pitar jugadas polémicas, con el jaleo que eso conlleva en las gradas, especialmente en las categorías inferiores.
Prácticamente la totalidad de las chicas que se apuntan son jugadoras que encuentran en el arbitraje una manera de conseguir unos mínimos ingresos para sus gastos (incluso en el fútbol profesional, las árbitras ganan más que muchas jugadoras). Es decir, al igual que sucede con los chicos, es algo que hacen por dinero, más que por vocación, aunque esta pueda despertarse más tarde. ¿Conocen algún caso de un niño o niña que de mayor quiera ser árbitro? Donde sí hay una pequeña diferencia aún entre los chicos y las chicas es el dónde ejercen su actividad. Las chicas, desde el primer momento, dirigen partidos de chicas. En contadísimas ocasiones arbitran un partido masculino, cosa que no sucede al contrario.
El hecho de que las árbitras hayan sido jugadoras, en principio, supone un plus de conocimiento y experiencia, sin duda. Con un pequeño detalle añadido: sobre todo en categorías nacionales bajas y en competiciones territoriales, al haber muchas menos licencias y equipos, es muy habitual encontrarse colegiadas y asistentes que han jugado en el equipo al que arbitran. O bien tienen amigas, parejas o exparejas, o cualquier otro tipo de relación personal o deportiva entre las integrantes del equipo que están arbitrando. Como todo en la vida, muchas de esas relaciones no han acabado bien, o son complicadas al entrelazarse en ellas otro tipo de sentimientos, por lo que si durante el partido hay jugadas dudosas o protestadas, es bastante fácil que se monte una gresca.
Recuerdo una árbitra, actualmente en activo, que durante unas temporadas decidió que un año arbitraba y otro jugaba. Y, además, cada año en un equipo, en lo que en aquella época era la segunda categoría, llamada Nacional. Imaginen el follón, ahora árbitro, ahora juego. Otra anécdota significativa fue la de
una jugadora nuestra del Tacón (hoy Real Madrid) que había tenido una relación sentimental con una de las asistentes arbitrales. La relación, al parecer, no había acabado bien. Nos tocó en un partido y, la asistente (algunos pudieron escucharlo) le avisó: «Te voy a echar». Efectivamente, a los nueve minutos de partido estaba fuera.
No sólo ocurre a pequeña escala. La actual responsable del arbitraje femenino, Yolanda Parga, es la esposa del delegado del Real Madrid, Megia Dávila. Más: la directora deportiva del Real Madrid, Ana Rossell, mantiene una larga amistad con Hernández Maeso, el árbitro del pasado y polémico Real MadridAlmería. Ambos coincidieron en el curso de Gestión Deportiva Cíes, donde fueron compañeros de promoción, y donde se gestó el germen de lo que años después sería el Real Madrid Femenino. Son datos en ningún caso concluyentes, desde luego.
¿Hay manera de poner orden en este caos? Los comités evitan que jugadoras y jugadores en activo arbitren a ningún equipo de su club, incluso en las mismas categorías donde ellos compiten. Pero los conflictos de intereses entre árbitros, jugadoras y clubes, mezclados con relaciones personales, acaban siendo un cóctel explosivo que, en esencia y siendo todos serios y sabiendo separar las cosas, se resolvería de forma natural con disciplina, responsabilidad y profesionalidad. Pero estas tres virtudes, en muchos casos, brillan por su ausencia.
Dar visibilidad a la campaña #haztearbitra, fomentar el apoyo y recalcar la autoridad de la figura arbitral desde las categorías inferiores, con la responsabilidad que ello conlleva por parte de cada uno de los actuantes, podría ayudar a lograrlo. Quizá las niñas comenzaran a desarrollar una vocación apasionante que va unida inexorablemente al juego y requiere mucha experiencia y formación. Y eso sería lo deseable: que los árbitros y las árbitras surgieran por vocación, y no sólo por la necesidad de querer ganar un puñado de euros.