ABC (Córdoba)

Pobres ‘post mortem’

Parece normativa que la muerte nos iguala, pero ya vemos que no

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

En el negocio aberrante del tráfico de cadáveres, en Valencia, para servir a alguna facultad de Medicina, previo pago de su importe, lo que sí se ve claro es que existen los pobres ‘post mortem’. Quiero decir que la golfería tristísima de ofertar gentes fallecidas incluye fijarse en aquel, o aquella, que murió sin parentesco, en la orfandad plena, para que no sobrevenga­n reclamacio­nes o bien otros incordios. De modo que hay que fichar difuntos sin parentela, más solos que la luna, y además sin un duro. Ese era el plan próspero. La Justicia dirá, ante la funeraria investigad­a bajo sospecha, pero de momento estalla clamorosam­ente que los pobres de libro, los pobres de solemnidad, los benditos pobres desamparad­os, lo son hasta después de muertos. Estamos ante el caso del póstumo pobre. Parece normativa que la muerte nos iguala, pero ya vemos que no. Porque una funeraria se estaba entregando a la industria miserable de cobrar algo más de mil euros por cada muerto que daba a la ciencia, pero un muerto sin más propiedad que el ‘deneí’, bajo un salario sin duda inferior a lo que ahora otros cobran por su empleo de muerto, si es que un día hubo salario. Para retirar a estos desdichado­s de los hospitales o las residencia­s se falsificab­a la documentac­ión. Sucede, desde siempre, un negocio inmoral, alegre y frenético alrededor de la muerte, que pudiéramos abreviar en que morirse en condicione­s sale muy caro. Pero no intuíamos que, además, el pobre que muere aún puede padecer su vida de pobre después de morirse, porque cuatro listos han visto un ‘bisnes’ en robar su cuerpo para darlo a la ciencia. Hay pobres para toda la vida, y este es un lema crudo que a todos nos concierne. Pero hay pobres más allá de la vida, estos mismos pobres que ahora han sido subastados después de morir sin nadie. Pensábamos que la muerte extinguía la opulencia de cualquier particular, y también la precarieda­d, por la otra punta, pero ya vemos que la precarieda­d no. Hay una posteridad de pobres. Benditos sean.

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