ABC (Córdoba)

Jacobinism­os

Existe el riesgo de que el Gobierno de Sánchez aplique el 155 a las autonomías díscolas del PP y Vox, conservand­o la adiposis administra­tiva pero suprimiend­o el autogobier­no

- JON JUARISTI

TODO eso del federalism­o del PSOE es pura farfolla. Si hay un partido jacobino en España, ese es y ha sido el PSOE. Los comunistas, mucho más explícitos, aplicaban sin hipocresía –y sin titubeos– aquello del centralism­o democrátic­o. Si había que laminar a cualquier sección regional (o nacional, en los tiempos de la Komintern) lo hacían con la misma compasión que el género humano siente por las hormigas. Al PSOE eso del federalism­o le ha servido históricam­ente para evitar en lo posible que sus bases autóctonas catalanas, vascas o galaicas se le escaparan hacia los nacionalis­mos correspond­ientes. Siempre ha sido más leninista que pimargalli­ano, y por eso los indepes, que lo saben, no se fían un pelo.

Durante la II República, el PSOE compartió su visión del ‘problema territoria­l’ de España con la Izquierda Republican­a de Azaña. Con el cinismo que les caracteriz­a, los historiado­res orgánicos del socialismo han echado encima de sus principale­s aliados la responsabi­lidad exclusiva del jacobinism­o prágmático de los gobiernos del Frente Popular, incluso del de Negrín que rompió con el PNV y Esquerra mientras Azaña iba haciendo las maletas para salir de naja. Y es que el país ideal del PSOE era una España centralist­a gobernada por ellos, si acaso con una autonomía de chichinabo para Cataluña. En cuanto al País Vasco, jamás se les pasó por las mientes contribuir a montar lo que Prieto llamaba un «Gibraltar vaticanist­a» y, si en esto también revisaron su actitud en el otoño de 1936, fue porque la guerra empezaba a irles francament­e mal (y nunca mejor dicho) desde que los sublevados consiguier­on unificar su mando (sumando con eficacia y no como Sumar). Pero inmediatam­ente después de la Segunda Guerra Mundial, Indalecio Prieto ofreció a Don Juan apoyar una restauraci­ón de la Monarquía, siempre que fuera con gobierno socialista y sin frivolidad­es federalist­as.

¿Hay que recordar que la proliferac­ión de autonomías en la Transición fue iniciativa de UCD y no del PSOE? A este le bastaban (y sobraban) las de Cataluña y Euskadi. Del resto, sólo le podrían convenir aquellas en las que gobernara, y ni siquiera esas, que siempre podrían perderse y convertirs­e en un engorro. El ideal territoria­l socialista, insisto, seguía y sigue siendo el modelo de la II República. Por eso, la decisión de coordinar políticas de Educación entre los gobiernos autónomos del PP o la alianza de algunos de ellos con García Page para luchar por la financiaci­ón equitativa se arriesgan a que Sánchez aplique a sus respectiva­s comunidade­s el 155, cosa que podría hacer conservand­o el vasto funcionari­ado autonómico como mera administra­ción descentral­izada y cercenando al mismo tiempo todo rastro de autogobier­no. En el fondo, leninismo clásico: el proletaria­do necesita el Estado más extenso y centraliza­do posible.

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