ABC (Córdoba)

Carlota Casiraghi, de ninfa a divorciada

Es el relevo de mamá, y el relevo de la abuela, una chica radiante que tiene en la copa de su árbol familiar a Grace Kelly. Ahora va y se divorcia de Dimitri Rassam, hijo de la incalculab­le Carole Bouquet y profesiona­l del cine

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Carlota es un cruce de su madre, y una ninfa no de piercing. Y su madre, Carolina, resulta ya una Carlota con muchos nietos. Quiero decir que estamos ante dos mujeres con la lámina mejor de la aristocrac­ia internacio­nal del momento, y también ante dos biografías de ajetreo, una en lo alto de la juventud todavía, Carlota, y la otra, Carolina, ya en esas temporadas en que el peluquero es un notario de canas.

Carlota, durante épocas, vino cumpliendo de muchacha primera del panorama mundial, aunque pronto la vimos como muy crecidita y con el empleo sabido de relevo de mamá Carolina, a la que le discutió el cromo de hermosura, y también la juventud de alegre trote. Carlota se enamoraba de exóticos, como su madre, en su día, y se metió a maniquí de firmas de oro, también como su madre, sólo que de otra manera. Es lo que suele pasar con las jóvenes aristócrat­as que huyen de la prensa. Van, pillan carrera, y se esconden en un anuncio, donde las ve todo el mundo, pero nunca llegan los paparazis.

Ahora, Carlota, va y se divorcia de Dimitri Rassam, hijo de la incalculab­le Carole Bouquet, y profesiona­l del cine. A menudo, le hemos prestado menos tiempo a Carlota que a Paquirrín, y tampoco es eso. Carlota es el relevo de mamá, y el relevo de la abuela, una chica radiante que tiene en la copa de su árbol familiar a Grace Kelly, y que puso en su vida a un actor, el exótico Gad Elmaleh, marido sin matrimonio y padre de un hijo de pocos años. También tuvo amores Carlota con Lamberto Sanfelice, director de cine italiano, y los amores se acabaron y ella se fue a meditar a un pueblo francés, nunca supimos si con otro novio. Esta gente de bargueño genealógic­o se muda de país según le funcionan los romances. Se entiende que a su madre, Carolina, estas elecciones sentimenta­les le han parecido siempre bien, entre otras cosas porque ella tiene cátedra en hombres no convencion­ales, como aquel ‘playboy’ con el que se casó frente a todo consejo, Philippe Junot. Lo de Carlota y Gad terminó bajo el mismo silencio con el que comenzó, y lo de Carolina y Junot acabó con el diagnóstic­o previsible: el tipo era un cara.

Entre Carlota y Carolina hay, incluso, una melancolía de estar siempre pensando en lejanías, si nos fijamos, y a lo mejor eso se avala porque a las dos les falta el mismo hombre, Stéfano Casiraghi, que a Carolina la hizo viuda, en su momento, y a Carlota huérfana de padre.

Carolina, de joven, fue chica de amoríos salvajes y trasnoches en muchos idiomas. Carlota se ha quedado en muchacha libre que se enamora sin salir de la tribu del cine. Pero tampoco se pasa, mientras su madre triunfó en el despilfarr­o sentimenta­l. De Ernesto de Hannover se separó por el rito del silencio, que es como Carlota presentó embarazo sin hacerlo, porque el embarazo de Carlota no lo confirmó un comunicado, sino un bañador, el bañador negro de tripita incipiente que llevaba cuando le hicieron a traición la foto de test saliendo de una piscina.

Carlota se emplea a veces de monada de anuncio. Como Carolina cuando era Carolina. En unas fotos no remotas vimos a Carlota en una gala del Louvre, con modelazo vaporoso que parecía del fondo de armario de Carolina. Y que quizá lo era. Pero ella era y no era la madre. Igual que la madre es y no es la hija.

Vidas paralelas Carlota se enamora sin salir de la tribu del cine. Pero tampoco se pasa, mientras su madre triunfó en el despilfarr­o sentimenta­l

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// EFE Carlota Casiraghi, en el último festival de Cannes

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