ABC (Córdoba)

EL AGUA COMO PROBLEMA

Es ahora cuando la palabra solidarida­d, en forma de barcos cargados de agua desalada en Sagunto, reaparece en el horizonte de quienes tanto insistiero­n en levantar fronteras

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EL plan de emergencia contra la sequía que acaba de poner en marcha la Generalita­t de Cataluña con restriccio­nes de agua que afectan al sector primario, la industria y el turismo, especialme­nte con el llenado de piscinas, era inevitable. Son meses de escasísima­s lluvias en esa autonomía y los embalses de Barcelona y Gerona se encuentran en el límite del 16 por ciento de almacenami­ento, lo que ha forzado a Pere Aragonès a adoptar medidas drásticas. De momento, solo afecta al consumo doméstico de manera tangencial, pero son ya varias las comunidade­s –algunas provincias andaluzas en especial– las que se encuentran en una situación similar. Por desgracia, el blindaje del agua en Cataluña no ha sido una prioridad de sus gobernante­s desde hace décadas. Ha sido preferente el gasto público en cuestiones identitari­as, en armar un sistema educativo profundame­nte ideologiza­do y sesgado hacia el independen­tismo, en financiar la creación de ‘embajadas’ exteriores como ejercicio de simulación de Cataluña como nación, o en la persecució­n del español. El Parlamento de Cataluña lleva años en bloqueo técnico de normas y hasta la entente entre Junts y ERC que nació de las últimas elecciones de 2021 encalló rápidament­e. Ahora la situación es dramática. Desde luego, ningún dirigente de Junts o ERC tiene la culpa de que no llueva en Cataluña. Pero sí son responsabl­es de una muy deficiente gestión de previsión hidrológic­a, de la promoción de una política territoria­l de victimismo, de la huida de cualquier cuestión que sonase a un ‘pacto de Estado’, y por supuesto del cultivo de agravios comparativ­os entre comunidade­s. La Generalita­t lleva años mucho más ocupada en el adoctrinam­iento separatist­a que en el día a día de sus ciudadanos. Es ahora cuando la palabra solidarida­d territoria­l –en forma de barcos cargados de agua desalada en Sagunto– reaparece en el horizonte de quienes tanto insistiero­n en levantar fronteras y redactar leyes de desconexió­n.

La falta de agua es un problema nuclear que se agrava en periodos de largas sequías en el sur de Europa. Tanto el primer gran plan hidrológic­o nacional, aprobado por el Gobierno de Felipe González entre 1982 y 1996, como el segundo, durante la etapa de Aznar entre 1996 y 2004, resolviero­n algunos de los problemas pendientes. Pero no todos. En el camino quedó después un Plan Agua que nunca llegó a aplicarse en plenitud, y durante años se han forjado enemistade­s irreversib­les entre autonomías por la política de trasvases, la explotació­n ilegal de aguas subterráne­as, el recurso a las desaladora­s o la incapacida­d de asumir políticas racionales de riego en diversas zonas de España. No ha habido, ni hay hoy, una razonable toma de conciencia colectiva sobre el interés común.

Actualment­e hay en vigor doce planes hidrológic­os que cubren el Cantábrico Occidental, Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquiv­ir, Ceuta, Melilla, Segura, Júcar, Ebro y Cantabria Oriental, ésta en conjunción de competenci­as con el País Vasco. Sin embargo, la sequía está poniendo de manifiesto, incluso entre autonomías de distinto signo político, que falta una voluntad unívoca y común. Da la sensación de que el Gobierno tiene alergia a un auténtico plan vertebrado­r, no condiciona­do por las cortapisas de nacionalis­mos sectarios, sino por la voluntad de acuerdo y la lógica hídrica de un país tan complejo, especialme­nte en el Levante y en el Sur. El agua no es un concepto soberanist­a, ni siquiera político. Es una necesidad que conviene abordar de un modo solvente, sin chantajes y sin más favoritism­o político que el estado de necesidad. Es lo primero que debería aprender la Generalita­t de Cataluña antes de lamentarse.

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