Arreglar lo que no está roto
El flamante ministro de Cultura ha proclamado su intención de iniciar un proceso de revisión de las colecciones de los museos nacionales para «superar su marco colonial» y determinadas «inercias de género o etnocéntricas», adaptándolas así a los cánones ideológicos imperantes. Se supone que ese proceso incluirá la restitución de algunas piezas a sus países de origen. No tengo nada que objetar a la parte de reconocer y visibilizar la perspectiva de los pueblos y las culturas de las que proceden esos objetos. En cambio, lo de devolver las piezas a sus lugares de origen sí que me genera unas cuantas dudas. Para empezar, ¿devolvérselas a quién?, ¿y por qué?
Pongamos como ejemplo que tenemos unas cuantas piezas de orfebrería azteca y queremos devolvérselas a sus legítimos propietarios. ¿Quiénes serían a día de hoy sus legítimos propietarios?, ¿los aztecas? Esa comunidad cultural ya no existe. ¿Los mexicanos? Bueno, los mexicanos actuales son personas que viven en el mismo lugar en el que hace varios siglos vivieron los aztecas, pero no son los aztecas. Ni tienen la misma cultura, ni el mismo sistema político, ni adoran a los mismos dioses, ni hablan la misma lengua, a excepción de los cerca de tres millones de hablantes de náhuatl que quedan. Ni México es una prolongación política del imperio azteca ni Perú lo es del imperio inca. Que su ubicación geográfica sea más o menos la misma no implica que estemos
RAMÓN
hablando de los mismos pueblos.
Por otra parte, y desde una perspectiva antropogenética, pasados quinientos años cualquier ciudadano mexicano puede ser tan descendiente de los aztecas como yo. Y si el tesoro de los aztecas debería devolverse a sus propietarios porque fue robado, ¿quiénes serían sus propietarios?, ¿los aztecas, que también lo robaron?, ¿los tlaxcaltecas, que seguramente también se lo robaron a otros? Sí, es complicado.
KEPA HERNANDO MADRID