Peligra la ayuda a Gaza por la falta de fondos para los palestinos
Egipto intenta que la agencia para los refugiados, Unrwa, no cierre a fin de mes
Cuatro meses después del estallido de la guerra, se multiplican los frentes en Gaza. A la ampliación de los bombardeos israelíes al sur de la Franja, sobre la ciudad de Rafah y cerca de la frontera con Egipto, se suma la suspensión de fondos para la agencia de la ONU que asiste a los refugiados palestinos (UNRWA, en sus siglas en inglés). Tras denunciar Israel que varios de sus empleados habían participado en el brutal atentado del 7 de octubre, la decisión de una veintena de países de cortar su financiación pone en peligro la ayuda a Gaza. Si no se desbloquea ese dinero, más de 400 millones de euros, el comisionado de la UNRWA, Philippe Lazzarini, ha avisado de que «lo más probable es que nos veamos forzados a detener nuestras operaciones a finales de febrero no solo en Gaza, sino en toda la región».
Su advertencia preocupa mucho en el puesto de Rafah, la frontera con Egipto por donde entran los convoyes humanitarios a Gaza. A sus puertas aguardan cientos de camiones cargados de comida, medicinas, agua, combustible y mantas. Aunque cada día pasan 200 camiones, algunos de sus conductores, como Alaa, se quejan de que llevan tres semanas esperando por los controles de Israel y rezan para que su mercancía, comida congelada en su caso, no se eche a perder.
Egipto, que aporta el 70% de la asistencia a Gaza, teme que esta falta de fondos imposibilite el reparto de la ayuda humanitaria y trata de convencer a otros países para que la agencia de los refugiados palestinos pueda seguir funcionando. Así lo ha confirmado ABC en una visita al paso de Rafah, que está cerrado a los extranjeros y la Prensa y adonde solo se puede acceder en viajes organizados por el Gobierno egipcio. «Nadie está contento», reconoce ante la insistencia de los periodistas una portavoz de la Media Luna Roja catarí, quien prefiere no comentar la congelación de fondos a la UNRWA.
«Solo tenemos agua salada»
Para los palestinos que, a solo 200 metros, resisten al otro lado del cruce fronterizo, la decisión es un mazazo porque su supervivencia depende de la ayuda que entra por Rafah. «Lo que hace falta, especialmente en el norte de la Franja, son necesidades esenciales: agua y comida. Son los derechos humanos más básicos porque la situación va más allá de lo imaginable», se indigna Amina en el aeropuerto de El Arish, cerca del paso fronterizo. Junto a su hija, herida en la cabeza, ha podido ser evacuada de Gaza para tratarla en un hospital de Qatar. «Todo lo que entra en la Franja se queda en el sur porque los judíos han dividido el norte, donde tenemos que beber agua salada y la comida está racionada», denuncia la mujer. «Como madre, tengo que calcular las calorías mínimas diarias para mis hijas», se queja preocupada por la posible suspensión de la ayuda humanitaria a Gaza. «Si la UNRWA detiene su asistencia al sur, donde se han refugiado casi dos millones de palestinos, todo se agotará inmediatamente», alerta asustada. Al miedo, el hambre, la destrucción y la falta de recursos se añade ahora la desnudez en medio de uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en Gaza, ya que, según cuenta, «la gente no puede encontrar ya ni ropa».
«Logramos salir»
En un viejo taxi Mercedes con la baca hasta los topes, Habiba, una joven ataviada con ‘hiyab’, bufanda y abrigo largo, también ha podido abandonar Gaza con su hermana y su hermano. «Pero mi madre sufre graves heridas y el resto de familia sigue allí porque no hay manera de moverse», narra con la voz quebrada antes de detenerse para contener las lágrimas. «Aunque nuestra casa ha quedado destruida y nos hemos cobijado en tiendas de campaña, estamos bien porque hemos logrado salir», se recompone con una inocente sonrisa mientras saluda a la cámara para despedirse. Al igual que a los niños evacuados de Gaza que hemos conocido en Rafah, es increíble que la brutalidad de la guerra no le haya borrado todavía la alegría.
En teoría, solo los heridos y palestinos con doble nacionalidad pueden pasar a Egipto, pero un goteo de grupos sale de Gaza por razones humanitarias con ayuda diplomática o de la ONU. Aliviado por dejar atrás la guerra, un hombre mayor con barba blanca resume su odisea con resignación: «¿Qué podíamos hacer? Solo ser pacientes. Nos refugiamos en una tienda con muchos niños, pero no nos protegía del viento y la lluvia. No hay ni electricidad ni agua. Nada. Y, cuando encontramos agua, era salada».