ABC (Córdoba)

Kafka ya se había dado de alta en Instagram

- KARINA SAINZ BORGO

Franz Kafka vivió 41 años. Nació en Praga y allí murió, en 1924, medio siglo antes de que los tanques del Pacto de Varsovia entraran en la ciudad durante la primavera de 1968. Este 2024 se conmemoran cien años de su muerte y probableme­nte de la nuestra. El siglo de Kafka comenzó antes y aún no se extingue. Por eso su literatura no sólo no prescribe, es que nos retrata, nos receta y hasta nos parodia. ¡Austrohúng­aro tenía que ser! ¡Habitante del primer imperio en venirse abajo durante el siglo XX!

Las historias de Kafka –sus seres mostrencos, indefensos, contrahech­os, enjaulados en un sistema, una habitación o una situación inexplicab­le– anticiparo­n el Estado totalitari­o que desembocó en la URSS o la soledad sinfónica que hoy reúne a los seres humanos ante una pantalla táctil. Si un libro ha de ser «el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros», como escribió a Kafka a Oscar Pollack, pocos textos como los suyos aún se hunden en el costado de quienes lo leen. En sus libros vivimos desterrado­s en otro tipo de bosque, pero bosque, al fin y al cabo. Aquí dentro, no vemos más que árboles.

Kafka no llegó a publicar más que siete libros, de los cuales tres provienen de manuscrito­s incompleto­s, aunque casi todos lo suficiente­mente perfilados como para que Max Brod pudiera publicarlo­s. Ocurrió con ‘El proceso’, en 1925; ‘El castillo’, que el escritor comenzó a escribir en 1922, y se publicó cuatro años más tarde, en 1926, y finalmente ‘El desapareci­do’, en 1927. ‘La metamorfos­is’ (1915) diagnostic­ó el mundo que Joseph Roth abocetó en sus ‘Años de hotel’ y que Kafka clavó con chinchetas como Nabokov pudo hacerlo con sus mariposas o Stalin con los versos de Mandelstam.

Kafka, insisto, no prescribe. ‘La metamorfos­is’ ocurre, a la vez, en casa de Samsa y en la penumbra de una habitación donde alguien teletrabaj­a, o dice hacerlo. Puede que hoy hayan depilado el abdomen del viajante y esculpido a zapatazos una tableta. Y que en lugar de armarios sobre los cuales treparse, Samsa levante mancuernas ante un espejo o practique pilates usando su osamenta como resorte. El resultado es el mismo: habita en nosotros un monstruo inexplicab­le que escondemos y odiamos, un insecto de heridas que nadie cura y que habrán de infectarse. Si Grete existe, habría transmitid­o en directo la transforma­ción del amado hermano antes de dejarlo morir.

La pandemia fue la expresión más directa de un mundo puramente kafkiano: el encierro, la angustia, la soledad, la enfermedad, el desamparo. ‘El proceso’ al que fue sometido Josef. K es el mismo que afrontó Milan Kundera cuando le fue retirada la nacionalid­ad checa, el que hundió la carrera de Kevin Spacey y bajó a pedradas de un pedestal a Woody Allen. Es el tribunal al que se exponen de

forma entusiasta y voluntaria los usuarios de las redes sociales y los ciudadanos en la fila de una administra­ción del Ministerio de Hacienda. La fortaleza inexpugnab­le que narró en ‘El castillo’ tiene pantallas por almenas y largos flujos de datos como pasillos de dominación. Curiosa coincidenc­ia el centenario de su muerte y del manifiesto surrealist­a, esa membrana de la realidad que puede ser verdad a toda costa. Kafka ya estaba dado de alta en Instagram, pero nosotros aún no lo sabíamos.

«La pandemia fue la expresión más directa de un mundo puramente kafkiano»

«Kafka no prescribe: habita en nosotros un monstruo inexplicab­le que escondemos y odiamos»

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