Los «no es esto» de hoy
Comienza a contemplarse un desfile de políticos e intelectuales que no pueden soportar el disparate de intentar apagar el nacionalismo con más concesiones
RECUERDO a un profesor, que cuando citaba al filósofo español más importante del siglo XX, solía comenzar más o menos así: «Decía Ortega –Ortega y Gasset, claro, no Domingo Ortega–…». Esta muletilla, que casi nadie entendía, se basaba en que el padre del profesor llevó a su hijo a Las Ventas, una tarde de 1945, en la que el torero Domingo Ortega salió a hombros por la Puerta Grande, y le produjo tal admiración que fue el primer Ortega al que admiró.
Aquel profesor explicaba muy bien la evolución política de Ortega, que pasó de la aversión a la dictadura de Primo de Rivera a la hostilidad contra la monarquía de Alfonso XIII, que la había consentido, como consintió con Berenguer. Es curioso que Ortega no mostrara parecida antipatía hacia el PSOE, el único partido que colaboró con el dictador, mientras veía, complacido, cómo se prohibía y perseguía a los demás partidos políticos. Esa repulsión hacia la dictadura –y a la monarquía por su complicidad– le llevó a ser un entusiasta promotor de la república, lo que no quiere decir que, desde el primer momento, no advirtiera lo que él denominó «caduco anticlericalismo» y el término «revolución», mencionado de manera constante.
Proclamada la Segunda República, su entusiasmo no duró demasiado, y en septiembre de 1931 se quejó de que la República había pisoteado la esperanza de los españoles, y su «No es esto, no es esto», que le obligaría, casi cinco años después, a abandonar su domicilio, refugiarse en la Residencia de Estudiantes y, al poco, huir de España para evitar que lo mataran los revolucionarios que se habían hecho dueños de la República que él había contribuido a traer.
Me he acordado de ello porque desde Felipe González a Fernando Savater; desde Joaquín Leguina a Félix de Azúa; desde Alfonso Guerra a Javier Cercas, comienza a contemplarse un desfile constante de políticos e intelectuales que no pueden soportar este disparate de intentar apagar el nacionalismo con más concesiones, que es algo así como intentar contener la lujuria bajando las penas a los delincuentes por violación o rebajando el precio de las entradas a espectáculos pornográficos.
La democracia nacida en la Transición creyó encontrar la fórmula con el café para todos. Pero en España –y separatistas vascos y catalanes son españoles– no hay dos compatriotas que tomen el mismo café, e incluso en el mismo recipiente. Y ya sabemos quiénes quieren la taza más grande, y desean más leche, aunque la leche sea mala leche.
«No es esto, no es esto», ¿verdad, Nicolás Redondo Terreros? Sólo espero que el desfile continúe, y que sigamos yendo a la Residencia de Estudiantes a escuchar una conferencia, no a refugiarnos de este nuevo Frente Popular, cada día más dogmático, donde no cabrán millones de españoles.