Pueblos despoblados
Nuestros pueblos no se han vaciado solos, no, los hemos vaciado entre todos. Queda una generación trabajando el campo, como verdaderos héroes y con todo en contra. Sus jóvenes se han marchado a la ciudad, y pocos quieren trabajar allí. El padre, cuando no pueda trabajar los olivos, o cansado de oír las quejas de sus hijos cuando les pide ayuda para varearlos, tendrá que venderlos. En los pajares, las telarañas cubren los aperos de labranza mientras quienes podrían tomarlos prefieren estar de botellón o alargar la partida hasta bien entrada la tarde.
Lo que sí hay en los pueblos es mucha depresión entre los viejecitos por la soledad, sobre todo en invierno, porque no hay un alma por la calle. También hay poco trabajo, una ambulancia, un panadero y un médico y hasta un párroco para compartir entre varios pueblos; además de un hospital saturado para toda la provincia. Un instituto a treinta kilómetros, malas carreteras, dos recogidas de basura a la semana, población envejecida, una cobertura pésima de teléfono e internet, pocas inversiones y abandono de las administraciones, pocos niños... ¿Todavía nos sorprendemos porque nuestros pueblos se vacían? Los hemos abandonado entre todos.
Muchas localidades se van quedando para ir en época de fiestas y algún fin de semana que otro. Pero no hay quien tire un surco. Una amiga me dice que adora su pueblo, aunque ni loca vuelve allí a vivir, como no sea unos días para las fiestas de San Blas, y no le hace demasiada gracia cuando su padre le pide que le ayude a recoger las aceitunas, aunque luego tenga aceite gratis en su casa de la ciudad para todo el año. Por desgracia, muchos pueblos van a desaparecer pero no olvidemos que hemos sido nosotros los que los hemos dejado morir. Luego añorar, lamentarse o ahogarse de tristeza en el silencio de la madrugada porque las campanas no tañen los cuartos y las medias y el gallo no canta al amanecer no tendrá ningún sentido.