Extremismo y clima
La industria ha asumido la caída de la generación eléctrica provocado por el cierre de las centrales nucleares
Acomienzos de 2024, dos noticias competían en los informativos alemanes: por un lado, el auge en las encuestas de intención de voto de la extrema derecha y otra, ‘más positiva’ según los periodistas: que las emisiones de CO2 cayeron a su nivel más bajo en 70 años en 2023. La reducción se debió a «una caída inesperadamente pronunciada en el uso de carbón», afirmaba el observatorio de sostenibilidad Agora Energiewende. En segundo lugar, «las emisiones cayeron a expensas de la industria que hace uso intensivo de energía». Lo curioso es que estas informaciones se presentan juntas, como si no guardaran parentesco.
Los expertos alemanes, que son tan escrupulosos a la hora de excluir los datos de 2020 por la pandemia, no tienen reparo en felicitarse de la caída de las emisiones de CO2 pese a que lo que se ha hundido es su generación eléctrica. Entre 2022 y 2023, Alemania perdió 55 Teravatios/hora (TWh), pasando de 491,8 a 436,8 TWh. Esto es un 11,18% menos. En total, desde 2017, año en que se alcanzó el récord con 558,1 TWh, la generación ha caído un 21,7%. Esos 121,3 TWh que han desaparecido en seis años (y que equivalen a casi la mitad de lo que genera anualmente España: 266,8 TWh) se deben a una decisión política: el cierre de ocho centrales nucleares en perfecto estado. Si a eso se une la pérdida del gas barato de Rusia y las reticencias a comprar electricidad a Francia por su origen nuclear, tenemos menos producción eléctrica porque la eólica y solar no han conseguido sustituirla.
¿Quién se hizo cargo del ajuste? Pues la nota de Energiewende lo dice, aunque lo deje en segundo plano: la industria, especialmente la que es más intensiva en energía, responsable de casi la mitad de la caída. ¿Esto significa que el mundo contamina menos que antes? Por supuesto que no. Las emisiones globales de CO2 en 2023 crecieron poco, un 0,1%, pero crecieron, según una nota de BBVA Research de la semana pasada. Los chinos, indios o brasileños fabrican los bienes que antes elaboraban los alemanes.
El empleo industrial es el favorito de la clase media. Altamente sindicalizado, estable, y con entrenamiento ‘in situ’, es el trabajo más rentable que alguien con una formación mediana, incluso no universitaria, puede aspirar a tener. Ese es el empleo que la reconversión energética está destruyendo. ¿Alguien se puede extrañar de que la extrema derecha tenga auge en estas circunstancias? Alternativa por Alemania (AfD) ha pasado de un 10% de intención de voto en 2017, cuando surgió en el panorama político alemán, a más del 20% este año.
Sin duda que la política alemana tiene rasgos idiosincráticos que hacen que el surgimiento de la extrema derecha resulte inquietante. Setenta años de hiperprotección del consenso –comprensible tras la experiencia de Weimar y de tratar de destruir dos veces el mundo libre– quizá se hayan pasado de frenada. Pero cuando Pedro Sánchez y Olaf Scholz agitan el fantasma de la ultraderecha en realidad no hacen más que exponer su propio radicalismo.